A Trump se le describe como un empresario voluble, impredecible y errático, pero en su toma de protesta fue todo menos eso.
En absoluta consecuencia con lo que promovió en campaña y rodeado de un equipo de leales operadores, Trump delineó, en las primeras horas de su presidencia, un plan concreto para implementar lo que ha venido promoviendo por años. No hay sorpresas. En clave retórica, Trump se ha autonombrado el salvador de Estados Unidos. Ha decretado que su toma de protesta es “el día de la liberación”, “el inicio de la época dorada” y “el fin de la decadencia de Estados Unidos”. En cuando a sus acciones ejecutivas, Trump ha comenzado una persecución en contra de migrantes y organizaciones criminales. Nada se salió del guion.
La predictibilidad que muestra la agenda Trumpista es, en cierta forma, una ventaja. México y otras víctimas del republicano cuentan con un mapa concreto de qué esperar. Esto no nada es menor. En 2017, el Trumpismo se cocinaba impredecible e incierto, era con una agenda que se definía al día, cambiando erráticamente conforme Trump iba conociendo los detalles de su encargo.
Hoy Trump sabe lo que busca y México sabe lo que quiere de él. Esto nos abre espacios clave de negociación y acción.
Quizá el más importante es que deja en claro quiénes serán los enemigos internos de Trump. A diferencia de 2017, cuando la coalición trumpista se alineaban y deconstruía conforme Trump cambiaba de enfoque, ahora el trumpismo ha madurado. Esta es una herramienta diplomática poderosa para México.
En cierta forma, hay transparencia. Sabemos que Trump cuenta con el respaldo de los gigantes tecnológicos, pero no del sector automotriz o manufacturero. Sabemos que los productores petroleros se verán afectados con la caída en precios que Trump busca manufacturar y que las empresas de energía limpia saldrán aún más golpeadas. Sabemos que la agricultura y los servicios hospitalarios, que dependen de mano de obra migrante, estarán en contra de las políticas del republicano. Más aún, sabemos que la coalición trumpista es más débil de lo que Trump aparenta. El partido republicano tiene la mayoría en ambas cámaras, pero no todo el partido republicano es trumpista. De un total de 281 congresistas republicanos, solo 135 se han declarado pro-MAGA. Esto es apenas el 31% del congreso.
Como ha mencionado Bruce Ackerman, profesor de la Universidad de Yale, esto significa que las políticas más controversiales de Trump tendrán que necesariamente ser negociadas con voces menos reaccionarias, incluso con moderados dentro del partido demócrata. Considerando todo lo anterior, las cosas para México se ven menos sombrías. Las élites republicanas están fracturadas y las élites económicas se dividirán aún más en cuanto los efectos de las políticas de Trump se vuelvan más evidentes. Ford, General Motors y otras empresas que se benefician de la relación con México no permanecerán silenciosas. Dentro del propio Trumpismo hay división. Personajes clave como Elon Musk, J.D. Vance y Steve Bannon no desean ni esperan lo mismo de la presidencia de Trump. Por ejemplo, mientras que Musk está a favor de las visas temporales para trabajadores calificados, pues él mismo las utiliza en sus empresas, Bannon se opone a cualquier visa laboral. Las divisiones son profundas.
México tendrá que explotar estas divisiones y encontrar aliados donde, a simple vista, parece no haberlos. Lo mismo puede decirse de países aliados. Los Emiratos Árabes, Europa del Este y algunos países africanos pueden crear coaliciones interesantes en diversos ámbitos. Hay una certeza: la segunda presidencia de Trump es el ocaso de la globalización, como se había conocido hasta ahora. El mundo sí se volverá más cerrado y nacionalista. Para México, esto significa que el modelo de desarrollo económico al que le aposto en los noventa —y que detonó el desarrollo exponencial de los tigres asiáticos— ha topado con pared.
Es tiempo de reinventarnos. Sé que para algunos analistas económicos tan solo insinuar la necesidad de una reinvención del modelo económico mexicano es motivo de zozobra.
No comparto tal angustia. En lo personal, el cambio me entusiasma. El empujón que Estados Unidos nos está dando puede ser una bendición oculta. Como ha mostrado el trabajo del Center for Economic and Policy Research, la apuesta comercial que México hizo por Estados Unidos ha pagado más mal de lo que se dice. En los 20 años posteriores a la firma del tratado, México apenas creció 19% su producto interno bruto, mucho menos de lo que crecía antes del tratado.
Quienes realmente se beneficiaron del comercio internacional, no fueron quienes siguieron el modelo de comercio con Estados Unidos con obediencia, como hizo México, sino los países que se atrevieron a violar estratégicamente las reglas de la Organización Mundial de Comercio. Ahí están los tigres asiáticos, verdaderos beneficiaros del comercio internacional. Con el comercio internacional más limitado México tendrá que enfocarse en detonar su mercado interno y con ello, felizmente, algunos de los grandes enemigos del crecimiento económico mexicano finalmente tendrán que ser puestos en el paredón: el oligopolio de la banca tradicional, los malos servicios de telecomunicaciones, la falta de impuestos a los más ricos para crear un Estado competente, el nulo desarrollo de política industrial y los bajos salarios.
Ante ello, la primavera de la economía mexicana puede estar en puerta. Todas las discusiones económicas, duras y poco populares, que México no ha tenido porque el tratado comercial con Estados Unidos nos ha dado una válvula de escape, ya no podrán posponerse. Será tiempo de podar, pulir y a lo mejor, florecer.
México tendrá que arreglarse desde dentro y para los de adentro, no solo de manera superficial para que lleguen inversiones extranjeras. Trump podrá ser el detonante de un México que finalmente frente a sus fantasmas, y con ello irónicamente de un México mucho más fuerte.
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