¿TE IMAGINAS CÓMO SONABA LA MÚSICA DE CORO HACE 500 AÑOS?

• A partir de una colaboración entre el coro Melos Gloriae y el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM, ya es posible escuchar parte de este patrimonio bibliográfico

En la Sala Mexicana de la Biblioteca Nacional (BNM), al centro de un improvisado auditorio en el que los muros son todo madera y donde un inmenso ventanal nos muestra cómo eran los bosques del Pedregal cuando la ciudad aún no llegaba allá, la directora Ariadna Cisneros sostiene un diapasón de horquilla y, con la delicadeza de quien levanta una copa al brindar, lo golpea para obtener un alargado tono de La.

Con ese sonido de 440 Hz como guía de afinación, comienza a hacerle ademanes a un grupo de cantantes que, a siete voces, van devolviéndole vida a un graduale que había guardado un silencio de siglos.

La pieza lleva por nombre Hódie sciétis, habla de la venida de Jesús y forma parte de uno de los 15 libros virreinales de coro resguardados por el Fondo Antiguo de la BNM. Para que esta obra volviese a sonar tal y como alguna vez hizo en los conventos y templos de la Nueva España, el Instituto de Investigaciones Bibliográficas (IIB) de la UNAM y el coro Melos Gloriae realizaron un meticuloso trabajo que incluyó leer e interpretar formas de escribir música desde hace mucho en desuso.

“Estas piezas no llevan indicador de compás o clave de Sol o Fa, ni blancas, negras o redondas, nada de lo enseñado hoy en las escuelas. Lo que tenemos es una partitura con tetragramas en vez de pentagramas, con cuadrados grandes que representan sonidos. Para que esta música suene de nuevo debemos desempolvar saberes del pasado y traerlos a la actualidad; es un proceso arduo”, explica Ariadna Cisneros.

En medio de uno de los ensayos, entre voces masculinas y femeninas que entonan, a base de melismas, la frase latina “hódie sciétis, quía véniet dóminus, et salvávit nos” (hoy sabréis que vendrá el señor, y nos salvará), Silvia Salgado Ruelas, investigadora del IIB, comparte: “Las versiones que tenemos en el acervo de la Biblioteca Nacional no se habían interpretado en fechas recientes. Podríamos decir entonces que esto es, y lo digo muy entre comillas, un estreno”.

Quien ha tenido de cerca una de estas partituras ha podido observar las minúsculas grietas que los siglos han formado en sus hojas de pergamino, sus ilustraciones religiosas a color que, bajo la luz, arrojan destellos metálicos, y sus letras capitulares revestidas con todo tipo de florituras, pero lo más notorio —añade la investigadora—, es que están contenidas en libros realmente gigantescos, de casi un metro en uno de sus lados y con pesos que pueden ir de los 20 a los 40 kilogramos.

“Esto era para que los integrantes del coro pudieran leerlos desde lejos. Hablamos de épocas en las que no se le podía dar a cada individuo una hoja con la letra a cantar. Por esta razón era preciso crear ejemplares así de grandes, donde los manuscritos fueran visibles para todos”.

Por su parte Ariadna Cisneros, quien pese a confesarse fascinada por las dimensiones y peso que podían alcanzar tales ejemplares, se dice mucho más interesada en todo aquello que se puede colegir a partir de su manufactura, pues se trata de objetos tan complejos que era imposible crearlos en una imprenta a base tipos móviles: sólo podían confeccionarse, a mano, por gente que en realidad sabía de música.

“Estos libros se iban armando, uno por uno, en conventos y monasterios. Dichos lugares contaban con salas llamadas scriptorium donde coincidían monjes con habilidades muy concretas y complementarias: había quienes sabían dibujar música (y éste es el verbo correcto, pues las partituras no se escriben, se dibujan), expertos en caligrafía, encuadernadores, ilustradores… en resumen todo un equipo que hacía posible estos objetos que son, en sí mismos, verdaderas obras de arte”.

Por esta razón, para la Biblioteca Nacional su colección de 15 libros de coro —todos ellos elaborados entre los siglos XVI y XVIII en la Nueva España o Sevilla— es motivo de orgullo. Y aunque por su antigüedad y tamaño era hasta hace poco complicado darles difusión, gracias a la digitalización hoy cualquiera puede acceder a sus páginas y contenidos.

“Pero deseamos llegar a más personas y creemos que podemos lograrlo a través del sonido. Así fue como, con apoyo del proyecto Musicat del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, contactamos al coro Melos Gloriae. Interpretar este material es otra manera de dar a conocer lo que la BNM tiene en su acervo y hacer que estas piezas recuperen su vocación primigenia: la de ser escuchadas”, señala la profesora Salgado.

A decir de Ariadna Cisneros, que la BNM permita a sus usuarios no sólo consultar estas partituras, sino oírlas, es acercarlos a la esencia misma de la música, pues esto permite apreciar —tanto con la vista como con los oídos— cómo una nota solitaria, que por sí sola parecería poco, al ligarse con otra, y luego con una más, va creando progresivamente algo más grande y mucho más bello. Afirmaba el poeta y teólogo Angelus Silesius, hace unos 350 años: “Una gota que cae al mar, se vuelve mar”.

Además —argumenta la también organista— el que estas obras vuelvan a ejecutarse les otorga una dimensión temporal que no tenían de origen, y, mientras observa el gran ventanal de la Sala Mexicana de la BNM, añade: “Siempre he creído que libros tan antiguos como estos son, de cierta forma, una suerte de ventanas que nos permiten mirar al pasado”.

Fuente: Noticia original

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