Apenas una semana después de su victoria en las elecciones presidenciales, Marco Rubio fue designado por Donald Trump como su secretario de Estado, el más alto cargo de la política exterior de Estados Unidos. Inicialmente, su nombramiento para ocupar este rol llamó la atención, por cuanto no sonaba como favorito en las “quinielas”. Pese a ello, el senador se convertirá en un actor decisivo en la política exterior de la nueva administración Trump, brindando pistas sobre el enfoque de Washington en los próximos años.
Marco Rubio se había desempeñado como senador del estado de Florida y, como secretario de Estado, se convertirá en el ciudadano de origen latino con el cargo de mayor rango en la historia de cualquier gobierno estadounidense. Desde su puesto en el Senado, se ha posicionado claramente como un “halcón” anti-China, habiendo sido protagonista en campañas contra el gigante asiático surgidas en la política norteamericana, tales como las presiones contra Tiktok o la cuestión de la provincia de Xinjiang.
Su ferviente rechazo al gobierno de Pekín y al particular proceso de desarrollo y proyección internacional de la República Popular de China no se salió del guión esperado. Nada hacía sospechar que una nueva administración Trump abandonaría la doctrina del Pivot to Asia; por contra, y a la luz de la narrativa republicana durante la campaña, era altamente probable que, con sus nombramientos, el líder republicano buscase completar el ansiado giro a la región Asia-Pacífico.
No obstante, a pesar de la previsible posición respecto a China de su secretario de Estado, la elección de Marco Rubio por encima de otros candidatos aporta una nueva perspectiva a la nueva política exterior de la administración Trump. En particular, Marco Rubio es también un “halcón” anticomunista en América Latina. Su nombramiento no solo constituye una suerte de detalle con un electorado latino decisivo para la victoria republicana en los comicios, sino también una declaración de intenciones con respecto al “patio trasero” latinoamericano.
Hijo de inmigrantes cubanos, Marco Rubio ascendió políticamente gracias a un histrionismo muy contundente e ideológico en relación a los asuntos latinoamericanos. Se ha destacado como un perfil muy agresivo contra los gobiernos “hostiles” a Estados Unidos en la región, particularmente los de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Con la selección de esta figura política, la administración Trump lanza un mensaje: buscará recuperar un enfoque de “patio trasero” para con América Latina, parcialmente perdido tras décadas de moderada injerencia en los asuntos regionales.
Marco Rubio radicalizará la línea de bloques para América Latina. Durante años, Washington postuló una distinción política que categorizaba los gobiernos regionales en tres: primero, las “democracias liberales” con gobiernos afines, cuyas relaciones bilaterales se veían favorecidas; segundo, las “democracias liberales” con gobiernos latinoamericanistas favorables a un cierto multilateralismo, con las que se mantenían relaciones cordiales y se intentaba competir con China por su influencia; tercero, los “gobiernos hostiles” a los que se les presionaba económica y diplomáticamente.
Es esperable que la nueva administración Trump modifique este esquema. De un lado, se encontrarían los gobiernos muy afines a Washington, como el de Argentina, con los que Estados Unidos defenderá una produndización de las relaciones, tratando de incorporarlos al eje occidental y separarlos de la influencia de Pekín.
Del otro, se encontrarán gobiernos no alineados claramente con Washington, pero tampoco “hostiles”, como el de México o Brasil. Es posible que ellos vean el nacimiento de presiones económicas y diplomáticas. Por último, Marco Rubio postulará una agudización de las tensiones con los gobiernos hostiles, siendo posible algún tipo de intervención directa en enclaves como Venezuela o Nicaragua.
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