‘Por voluntad propia’ y el eco de la culpa contra el olvido impuesto

Forget construye un relato desgarrador sobre la revictimización y la culpa impuesta, denunciando con crudeza la indiferencia de una sociedad que prefiere dudar antes que escucha

Mathilde Forget decide escribir en Por voluntad propia un relato autobiográfico en el que recordar es un mal necesario. Es un “mal” porque el recuerdo, muchas veces, es inevitable y doloroso. Es “necesario” porque la protagonista se ha entregado por voluntad propia a la policía.

No importa, de todas formas, la entrega a la policía: Es crucial reconocer que el patriarcado sigue presente en todos los aspectos de la vida de las mujeres, hasta el punto de dificultar incluso la denuncia de los abusos sexuales cometidos por hombres hacia ellas. Es esta una época en la que los jueces vacilan diciendo “¿No será que usted quería algo con ese señor, y al no corresponderle ese señor por eso ahora le denuncia, porque ese señor se ha reído de usted?”, o manosean con sus palabras el cuerpo de las víctimas mientras desacreditan el recorrido del trauma físico. La masa que nos recubre el esqueleto no olvida nunca los signos de violencia, pero sí que los distorsiona a modo de protección.

La cultura de la violación es una estructura social aún muy bien cimentada. Se hace creer a las víctimas que nada de lo que han vivido ha pasado, que “no ha sido para tanto”, o que “es imposible que esto me haya pasado a mí”. Mientras tanto, más testimonios “tardíos” salen en redes sociales de mujeres que han sobrevivido a esta necesidad de olvido y miraron hacia delante aceptando la visceralidad de lo ocurrido. A veces a tropezones. “El punto de partida era fijo, el resto más bien desordenado. Corría con el cerebro cortocircuitado, así que mis decisiones eran más bien azarosas (…) Cuando crees morir, el ‘yo’ cortocircuita. ‘Yo’ no queríamos morir desnudas”, escribe Forget en Por voluntada propia. Una pérdida de control, una despersonalización y un terror físico y emocional que cada vez se extienden más sobre la experiencia femenina. Pero nada de esto es reconocido, sino cuestionado. ¿Cuándo hemos permitido que sea más fácil decir “¿Pero le dijo que parara?” a mantener silencio? ¿Cuándo hemos concretado que sea más fácil discrepar que respetar?

Mathilde Forget muestra Por voluntad propia como un recuerdo desestructurado y fragmentado. La narradora se funde con la capacidad sensorial de percibir la verdad en su forma más cruda con un fantasma que la acompaña: una culpa ancestral, un estigma perpetuado por generaciones que convierte a las víctimas en cómplices, y a las mujeres en las causantes de su propio sufrimiento. Forget desvela con una prosa desgarradora la tortura interna de una mujer atrapada en un sistema que no solo no valida su dolor, sino que lo convierte en su responsabilidad. Al revelar el abuso, la víctima se ve forzada a cargar con la culpa, como si al nombrar lo ocurrido, lo hubiese provocado.

La narradora se enfrenta a un interrogatorio donde las preguntas no buscan esclarecer la verdad, sino imponerle una carga emocional insostenible: la de ser culpable por existir, por ser mujer, por ser lesbiana. En este relato, la culpa se infiltra, no solo en quienes la atacan, sino también en quienes deberían brindarle apoyo, convirtiendo el trauma en una condena que nunca se cierra. Forget, con una mirada afilada y un tono que mezcla rabia y fragilidad, lleva al lector a un espacio donde la víctima se convierte en cómplice, y donde la justicia, lejos de sanar, sigue perpetuando el dolor.

El abuso no es solo el acto en sí, sino todo lo que viene después. La sospecha, la revictimización, la perversión de la justicia que convierte a las supervivientes en acusadas. En Por voluntad propia, la narradora no solo enfrenta la violencia, sino el espectáculo de la incredulidad. Y ese espectáculo es conocido, repetido, institucionalizado. Porque la cultura de la violación no necesita de un agresor con pasamontañas en un callejón oscuro; basta con la indiferencia, la complicidad silenciosa de quienes miran para otro lado, y la sorpresa al ver que incluso los más cercanos son incapaces de comprender (o intentar comprender, o intentar ayudar) a la víctima.

La escritura de Mathilde Forget es un golpe seco, una herida abierta que se niega a cicatrizar. No hay concesiones, no hay adornos; solo una verdad incómoda que se impone con la fuerza de lo irrefutable. Y en esa verdad se encuentra la denuncia más feroz: un sistema que, lejos de proteger, entierra; una sociedad que, en lugar de escuchar, duda; una justicia que, en vez de reparar, castiga a quienes se atreven a hablar. Forget expone con brutalidad la estructura de poder que convierte a las víctimas en sospechosas y al abuso en una experiencia que debe ser negociada, explicada, justificada. Su literatura no busca consuelo, sino incomodar, porque solo desde la incomodidad se puede empezar a derribar el silencio.

Fuente: Noticia original

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