Las amenazas no tardaron en llegar. La primera semana de Donald Trump en la Casa Blanca estuvo marcada por un torbellino de decretos diseñados para aumentar la presión sobre México y todas las áreas críticas de la relación entre ambos países. No hubo sorpresas más allá de lo que ya se había presupuestado al sur de la frontera. El republicano puso el dedo en la llaga de la crisis migratoria y anunció un nuevo paradigma en el combate al crimen organizado, al dar el primer paso en la designación de los carteles como organizaciones terroristas, pero dejó en el aire sus ataques en el frente comercial. Trump presumió de mano dura y lanzó provocaciones e insinuaciones salidas de tono para tantear a las autoridades mexicanas. Pero el Gobierno de Claudia Sheinbaum no se enganchó. La presidenta pidió calma, puso límites y evadió cualquier tipo de confrontación para avanzar en las negociaciones con Washington, convencida de que es la mejor ruta posible para enfrentar los desafíos de los próximos cuatro años.
“A diferencia de hace ocho años, cuando Trump todavía era un enigma, su regreso estuvo muchísimo más anticipado”, señala Miguel Basáñez, exembajador en Washington. Como anticipó desde la campaña presidencial, Trump se lanzó contra la crisis migratoria apenas tomó posesión. El presidente entrante prometió acabar con la “invasión” de los carteles y la inmigración indocumentada y proclamó el inicio de una “época dorada” para Estados Unidos en su discurso inaugural. “Lo primero que hemos visto es más de lo mismo, propaganda para apelar a su base, a las redes sociales y a los medios”, agrega el diplomático. “Trump sabe que México es muy taquillero para sus seguidores y no dudó en explotar ese recurso desde el primer momento”.
No todo fue grandilocuencia. A golpe de decreto, el republicano declaró la emergencia nacional en la frontera; cerró las pocas vías legales que quedaban para la migración regular; anunció el despliegue de 1.500 soldados para contener los flujos migratorios y empujó por el regreso del programa Quédate en México (formalmente conocido como MPP), que obliga a los solicitantes de asilo a esperar en territorio mexicano y convierte de facto a México en un “tercer país seguro”. Con todo, las 2.000 deportaciones que se han dado a conocer esta semana están lejos de ser el éxodo masivo de migrantes prometido por Trump.
En el pico de las tensiones, el Gobierno mexicano esperó. Sheinbaum no respondió sino hasta un día después de la ceremonia de investidura. “Es importante siempre tener la cabeza fría”, afirmó la presidenta, en su primera reacción a los mensajes que llegaron desde Washington. Los últimos días han arrojado pistas de lo que está por venir, pero también de la estrategia de México para hacer frente a los embates de la nueva Casa Blanca.
Tras una curva de aprendizaje de varios meses, las autoridades mexicanas se dieron cuenta de que pueden pagar caro cualquier atisbo de temor o titubeo y entendieron que Trump se siente cómodo en el conflicto, pero que para ellos entrar en el cuerpo a cuerpo no tiene sentido. Sheinbaum no dio importancia al discurso antimexicano de su homólogo estadounidense, no se interesó por las declaraciones más estrafalarias de su interlocutor ―como el cambio de nombre del golfo de México al “golfo de América”― y fue la primera en señalar que la inmensa mayoría de las medidas anunciadas por el republicano contra la inmigración ya se había visto durante su primera presidencia. Esta semana también dejó otra distinción clave para la estrategia mexicana: una cosa es lo que Trump dice y otra, lo que hace.
En el primer duelo cara a cara, Trump apostó por la impredecibilidad y Sheinbaum, por la consistencia. Ninguno se salió de su papel. “Tenemos que evitar confrontaciones y al mismo tiempo relacionarnos como iguales, nunca subordinarnos, defender nuestra soberanía, nuestra independencia y a las y los mexicanos”, zanjó la presidenta. “El éxito del bully depende de si se encuentra con un halcón o una paloma”, asegura Basáñez. “Trump se encontró con una presidenta más analítica y estratégica, y tiende a respetar más a los fuertes que a los débiles”.
El comercio es el frente menos claro.Trump emitió un decreto que abre la puerta a la imposición de aranceles y anunció la creación de una oficina para cobrar a los Gobiernos extranjeros, pero no detalló explícitamente cuándo iniciarán los grávamenes. A pregunta expresa de los medios, el presidente deslizó que las tarifas podrían comenzar en febrero, pero nada está escrito sobre piedra. “Dentro de todo lo malo que podía pasar, no estamos en el peor escenario”, afirma la economista Valeria Moy. “Estamos ante un presidente capaz de autoinfligirse daño para lastimar a sus socios comerciales, pero un arancel general del 25% sería devastador y me parece que está estudiando otras opciones”, agrega la analista.
El terreno económico es uno de los flancos más vulnerables de México. El principal socio comercial de Estados Unidos destina alrededor del 80% de sus exportaciones a ese país. Y ha iniciado un complejo proceso de renegociación del tratado de libre comercio (TMEC) con sus socios estadounidenses y canadienses, previsto hasta 2026, pero que ya ha empezado en los hechos. Más allá de la batalla retórica, hay un ambiente de plena incertidumbre en el sector empresarial, alentado por Trump, pero también por cambios que abonan a las dudas en el frente interno, como la polémica reforma judicial, que establece la elección de jueces y ministros de la Suprema Corte por voto popular.
Sheinbaum ha insistido en la fortaleza de la economía mexicana y ha mandado señales para calmar el desasosiego de los empresarios. Anunció incentivos fiscales a la inversión hasta por 30.000 millones de pesos (unos 1.500 millones de dólares). Presentó también el Plan México, que busca atraer inversiones por cientos de millones de dólares y reducir la dependencia de las importaciones chinas. “Es positivo que México empiece a trazar en líneas generales una política industrial y comercial, y a reconocer la importancia de los inversores para generar crecimiento”, comenta Moy. “Pero ha faltado sustancia en los mensajes, en general, y una idea más clara de cómo se va a reaccionar en los hechos y no sólo ante los dichos de Trump”, agrega.
“México tiene un margen de negociación, hay muchos compromisos y cambios que puede hacer, pero el tiempo apremia”, afirma la economista. México ya tiene una hoja de ruta de medidas espejo en el escenario de una guerra arancelaria y ha impulsado sinergias con el sector privado, al anunciar que se iban a crear 35.000 empleos para los mexicanos que sean deportados, aunque no deja de ser un gesto simbólico ante los más de cinco millones de connacionales indocumentados que viven en Estados Unidos. Más allá de los desafíos inmediatos, predominan las incógnitas en el largo plazo. “Trump ha anunciado el inicio de un nuevo juego, pero todavía no sabemos cómo se llama ni en qué consiste ese juego”, comenta Moy sobre los cambios en el terreno económico y comercial.
Las presiones en materia de Seguridad completan las amenazas que Trump ha puesto sobre la mesa esta semana. Al margen de la crisis de violencia que azota al país, la principal preocupación de México ante la designación de los carteles como terroristas es que Estados Unidos justifique una intervención militar en territorio mexicano bajo la excusa del combate al terrorismo. “Podría pasar”, deslizó el presidente tras firmar el decreto.
En cambio, Marco Rubio, el secretario de Estado, señaló que la primera opción es colaborar con México “como socios”, aunque exigió acciones más contundentes contra el crimen organizado. Rubio, que se perfila como un interlocutor clave, tuvo una llamada telefónica esta misma semana con su homólogo mexicano, Juan Ramón de la Fuente, para empezar a tantear los principios de una negociación. Fue el primer contacto oficial entre ambos Gobiernos. “Fue muy cordial”, reseñó Sheinbaum.
“Creo que estamos lidiando muy bien con México”, afirmó Trump en Davos, donde insistió en imponer aranceles si sus vecinos no daban muestras de frenar el tráfico de fentanilo y los flujos de migrantes. Los efectos del cambio de ciclo político en Estados Unidos son inciertos, pero ya se empiezan a hacer visibles, sobre todo en la frontera, reconvertida en un limbo para decenas de miles de personas en tránsito. Es sobre el terreno donde habitan las mayores dudas sobre la capacidad de respuesta de las autoridades mexicanas. Pese a todo, Sheinbaum confía en llegar a un acuerdo y mantener su relación diplomática más importante, que también es la más difícil.
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