@onelortiz
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El 31 de enero próximo marca una fecha crucial en el calendario político mexicano. Es el plazo límite fijado por el INE para el registro de nuevos partidos políticos. Entre los aspirantes a integrarse al escenario electoral, destaca la propuesta de México Republicano, una asociación política que, a simple vista, parece más una extensión de las ambiciones conservadoras estadounidenses que una respuesta a las necesidades de nuestro país.
México Republicano no oculta sus intenciones. Con un discurso alineado a las políticas de Donald Trump, esta nueva fuerza política busca convertirse en un puente entre las comunidades de mexicanos en Estados Unidos y la política nacional. Si bien es cierto que la diáspora mexicana ha sido históricamente marginada de las decisiones políticas en México, utilizar esta conexión como palanca para importar una agenda ultraconservadora plantea serias interrogantes sobre la soberanía de nuestra política interna.
El oportunismo no es nuevo en la política. Tras el reciente triunfo de Trump en Estados Unidos, la creación de un partido que se autodenomina México Republicano es un claro reflejo de cómo algunos sectores buscan capitalizar victorias externas para moldear el panorama nacional. Pero esta estrategia, más que audaz, es preocupante. Alinearse con una visión que prioriza el aislamiento, el proteccionismo y la división ideológica pone en jaque la autonomía de México frente a un modelo que podría exacerbar las desigualdades sociales y polarizar aún más a la ciudadanía.
El ADN de México Republicano, al igual que el partido estadounidense del que parece ser copia al carbón, tiene sus raíces en un conservadurismo extremo que promete soluciones simplistas a problemas complejos. En México, un país donde las disparidades económicas, la desigualdad social y la corrupción requieren reformas estructurales profundas, es difícil imaginar cómo un modelo replicado de Estados Unidos podría responder a estas necesidades.
Además, la posibilidad de que esta organización actúe como un brazo político de los intereses republicanos en la región no es menor. Su surgimiento pone sobre la mesa preguntas sobre la influencia externa en los procesos democráticos mexicanos, una inquietud que no puede ser ignorada en un contexto global donde la intromisión extranjera en las elecciones es cada vez más común.
De cara a las elecciones de 2027, la llegada de México Republicano plantea más desafíos que esperanzas. Si bien la pluralidad en la oferta política es esencial, aceptar que esta pluralidad esté dictada por agendas extranjeras sería un error histórico. México no necesita sucursales políticas; necesita líderes comprometidos con una visión que surja desde sus raíces, no desde Washington. Eso pienso yo, usted qué opina. La política es de bronce.
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