**Martes de cine**

Sin dudarlo mucho, me encontré sentada en la butaca, dispuesta a permanecer más de tres horas en la sala número seis del cine. Advertidas del maratón cinéfilo que nos esperaba, llegamos a nuestros asientos sin antojos palomeros, quizá porque la categoría de la película nos hacía entender que esto iba más allá de simplemente matar el tiempo frente a la pantalla grande.

El protagonista y el título de la película captaron de inmediato mi atención, disipando cualquier resistencia que pudiera haber sentido ante su duración. Es distinto cuando sabes que Brady Corbet encarna a László Tóth, el personaje central de la historia. Además, para los amantes del arte en su sentido clásico, el brutalismo como corriente arquitectónica despierta una inmediata curiosidad: ¿cómo abordará el director este estilo caracterizado por su austeridad, su honestidad material y su frialdad imponente?

La película se convierte en una metáfora de una época, de un movimiento artístico, pero también de las personalidades de sus protagonistas. Nos enfrenta a los estereotipos de los migrantes judíos, el rechazo social, los antagonismos políticos y los radicalismos ideológicos de la posguerra. Pero, más allá de retratar un periodo histórico concreto, nos sumerge en la brutalidad misma de una circunstancia: la modernidad enfrentada al autoritarismo, la intransigencia política y la exclusión de quienes no encajan en las estructuras dominantes.

László Tóth es un arquitecto húngaro que, junto con su esposa Erzsebet, huye de la devastada Europa de la posguerra para establecerse en Estados Unidos con la esperanza de reconstruir su vida y su carrera. Sin embargo, su idealismo choca con la dura realidad de la inmigración, la discriminación y las barreras impuestas por una sociedad poco dispuesta a aceptar su visión vanguardista. En este sentido, la película logra un paralelismo entre la estética brutalista y la propia experiencia del protagonista: una lucha por la supervivencia en un mundo que lo rechaza por su afinidad con la Bauhaus, una escuela cuya revolución estética fue considerada una afrenta por el nazismo.

Durante tres horas, el filme nos entrega una recopilación de todos estos elementos, presentados a través de personajes ficticios que, sin embargo, se sienten inquietantemente reales. La dirección apuesta por una estética que remite al cine de mediados del siglo XX, evocando la época en que las salas de cine servían como medio de difusión de los avances de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Entre sombras y luces crudas, la narrativa cinematográfica se convierte en una expresión del brutalismo mismo: sin adornos, sin concesiones, con una belleza que radica en la crudeza de su verdad.

En definitiva, *El Brutalista* no solo retrata la frialdad del hormigó y las líneas duras de la arquitectura que le da nombre, sino también la dureza de una época y de las circunstancias que marcaron la vida de aquellos que, como Tóth, buscaron un lugar donde construir un futuro y se encontraron con muros más impenetrables que los de sus propias creaciones. Para quienes deseen visualizar con mayor claridad el brutalismo arquitectónico, basta pensar en las imponentes estructuras de Le Corbusier, el Barbican Centre en Londres o la sede de la UNESCO en París, ejemplos donde el concreto expuesto y la monumentalidad definen un estilo tan implacable como la historia que esta película narra.

Y para no dejar duda:

*El brutalismo es un movimiento arquitectónico que surgió en la década de 1950, caracterizado por el uso de materiales en su estado más puro, especialmente el hormigón crudo, y un diseño funcionalista sin ornamentos. Su nombre proviene del término francés *béton brut*, que significa «hormigón bruto», acuñado por Le Corbusier para describir su enfoque arquitectónico. El estilo se asocia con edificaciones monumentales de formas geométricas audaces, como el complejo habitacional Unité d´Habitation en Marsella y el National Theatre de Londres. (Fuente: *Reyner Banham, *The New Brutalism: Ethic or Aesthetic?, 1966).

*La Bauhaus fue una escuela de diseño, arte y arquitectura fundada en 1919 por Walter Gropius en Alemania. Su enfoque revolucionario combinó la artesanía con la producción industrial, promoviendo la funcionalidad y la simplicidad en el diseño. Influyó profundamente en el modernismo y sentó las bases de la arquitectura contemporánea. Cerrada en 1933 por el régimen nazi debido a su asociación con el pensamiento progresista, sus principios continuaron expandiéndose por todo el mundo a través de los arquitectos y diseñadores exiliados, entre ellos Ludwig Mies van der Rohe, Marcel Breuer y Walter Gropius, quienes llevaron sus ideas modernistas a Estados Unidos y contribuyeron a la consolidación de la arquitectura moderna en América.

(Fuente: *Frank Whitford, *Bauhaus*, 1984).

Fuente: Noticia original

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