In memoriam: Silvia Pinal
Como a otras grandes figuras, a la primerísima actriz y también empresaria Silvia Pinal tuve oportunidad de conocerla gracias a don Rafael Solana, a finales de la década de los setenta, porque ambos se apreciaban y admiraban mutuamente. Desde que la traté por primera vez me sorprendieron su belleza particular, su inteligencia y su personalidad distintivas, y como era y se sabía figura, muy por encima de la hoguera de las vanidades que deslumbra al mundanal ruido del espectáculo, era siempre naturalmente gentil y generosa. Mujer excepcional, como primera actriz de teatro, cine y televisión, fue además una empresaria teatral visionaria y exitosa, arriesgada, que abrió brecha y creó múltiples fuentes de empleo sobre todo en el terreno de la comedia musical.
Con una ejemplar carrera de más de siete décadas, en el séptimo arte alcanzaría su pináculo con Viridiana, del gran Luis Buñuel, que daría nombre a la segunda de sus hijas (la primera es Silvia Pasquel, cuyo padre fue el actor y director Rafael Banquells) que tuvo con el productor Gustavo Alatriste y que con su prematura muerte representó una de las más grandes pérdidas a lo largo de su prolongada y triunfal existencia. Con una energía y una fortaleza inquebrantables, con el trágico deceso de Viridiana, en pleno ascenso de su entonces muy prometedora carrera, sufrió quizá el golpe más duro, que ella misma nos confesó había conseguido amainar con muchos proyectos y trabajo, sin nunca decir no a nada, porque mantenerse ocupada representaba distraer la mente.
Su colaboración con el célebre director Luis Buñuel en Viridiana, de 1961, marcó un hito en su carrera y en la historia del cine. Palma de Oro en el Festival de Cannes, no solo catapultó a Silvia Pinal a la fama internacional, sino que también la consolidó como una de las actrices más importantes de su tiempo. La complejidad de su personaje y la profundidad de su actuación resonaron en el público y la crítica, convirtiéndola en un referente del cine de autor. Entre otras muchas apariciones estelares con otras celebridades de la pantalla, recuerdo con especial claridad su no menos destacada aparición en la versión cinematográfica de Divinas palabras, de Ramón del Valle-Inclán, en versión de Juan Ibáñez. Otro gran acierto fue su protagónico de la primera película como guionista y director del también dramaturgo Luis Eduardo Reyes, Modelo antiguo, de 1992.
Además de su brillante trabajo en el séptimo arte, Silvia Pinal tuvo un sitio de no menor honor en el quehacer teatral donde con talento y personalidad inconfundibles abordó prácticamente todos los géneros. Con la presencia de su autor, el Premio Nobel Mario Vargas Llosa, todo un acontecimiento fue su estreno en México de La señorita de Tacna, bajo la dirección de otro de sus directores de cabecera, José Luis Ibáñez. Su versatilidad histriónica le permitió abordar una amplia y diversa gama de géneros y estilos, y en el terreno de la comedia musical, donde se convirtió en toda una autoridad, encabezó grandes éxitos del género como ¡Ring, ring!, Llama el amor, Irma la dulce, Annie es un tiro, ¡Qué tal, Dolly!, Gypsy y Mame, que en su mayoría además producía, y donde actuaba, bailaba y cantaba como la primerísima figura que era. ¡Era siempre una delicia verla, aunque uno no fuera particularmente devoto del género!
En el ámbito de la televisión, donde de igual modo hizo y protagonizó toda clase de programas y especiales, Silvia Pinal ha dejado una marca no menos imborrable con su seriado Mujer, casos de la vida real, que se convirtió en un fenómeno de audiencia y un espacio de reflexión sobre la condición femenina en la sociedad mexicana. Su capacidad para conectar con el público y abordar temas sensibles, donde su crítica era acerba y aguda, la refrendó como una figura muy querida y respetada, como una auténtica líder de opinión. La salida de programas como suyo de la televisión comercial, que hicieron época, le fueron restando credibilidad a una industria cada vez proclive, en palabras de Mario Vargas Llosa, a una civilización del espectáculo meramente frívolo e insulso.
Toda una institución, una diva indiscutible, la exitosa empresaria llegó a tener dos teatros abiertos al mismo tiempo, el precisamente llamado “Silvia Pinal” y el “Diego Rivera” en honor de su gran amigo que la pintó fascinado. Con la muerte de Silvia Pinal se va la última gran diva de la época de oro del cine mexicano, personaje ejemplar en todos los medios y espacios donde dignificó el trabajo como actriz dotada y figura pública siempre muy querida y respetada. Una empresaria visionaria, muchas veces arriesgó su patrimonio hecho con grandes esfuerzo y sacrificio, con la voluntad de quien trabajaba sin parar y desbordaba una energía que parecía inagotable. Su ejemplo queda para la posteridad, para las generaciones presentes y futuras, como una gran profesional sin tacha. ¡En paz descanse, y nuestro más sentido pésame a sus hijos y demás deudos!
Fuente: Noticia original