Por Ángeles Mariscal.
El pasado 20 de enero Gleyber Díaz y su amigo José, de 16 y 24 años, vieron cerrada la posibilidad de ingresar a Estados Unidos; ahora, varados en la frontera sur de México, decidieron buscar un nuevo país para asentarse. Costa Rica, dicen, es una opción. Con ellos van otros 9 migrantes.
Quedarse en México les genera temor. Los dos amigos salieron de Aragua, Venezuela, en mayo de 2024, avanzaron por seis países y al llegar a la frontera sur de México, apenas cruzando el río Suchiate -frontera entre México y Guatemala-, fueron interceptados por integrantes del crimen organizado.
“Bajando de la balsa (en la que cruzaron el río) ellos nos agarraron, nos metieron a los gallineros”. Así llaman a las jaulas hechas con maya metálica que se usa para armas jaulas para gallinas, pero que desde hace al menos dos años, grupos de secuestradores usan para encerrar a migrantes.
Gleyber explicó que así empezó lo que creía era el último tramo antes de llegar a Estados Unidos.
En Chiapas hay tres rutas que usan migrantes para entrar a México; por su geografía, en dos de ellas ningún migrante pasa desapercibido, son la que atraviesa la selva Lacandona y la que pasa por municipios de la zona sierra. Esto lo aprovechan grupos de traficantes de personas para impedirles avanzar sin su autorización y pago.
La tercera ruta, que cruza por el río Suchiate, es la que utilizan miles de migrantes que intentan avanzar por su cuenta. Sin embargo, esta ruta también empezó a ser controlada por integrantes del crimen organizado, quienes interceptan a los migrantes y los llevan a bodegas donde, en su interior, los encierran en jaulas hechas con tela de gallinero.
Gleyber viaja con su novia, la familia de su novia y otros amigos. Tras su secuestro, estuvieron encerrados en el “gallinero” hasta que pagaron 80 dólares cada uno; entonces los dejaron salir y al hacerlo, les pusieron en el dorso superior de la mano un sello con la figura de un gallo.
Ese es el pase de salida que usan los secuestradores, cualquier traficante que los intercepte de nuevo, al ver el sello sabe que la persona que lo porta ha pagado su “cuota de paso”.
José recuerda la experiencia durante su secuestro, “les pegaban a algunos a los que querían escapar. Les pegaban muy feo. Había bebés”. Detalla que el cobro para salir depende de la nacionalidad del migrante, pero el pago se incrementa si los confrontan, buscan la sumisión total. “Al venezolano le cobran 80, al haitiano 100 o 100 y pico. Pero a los que responden mal le cobraban otros 80 dólares”.
Fue una experiencia traumática, al salir avanzaron lo más lejos de Tapachula, en donde se concentra la población migrante, pero donde también están sus captores. Es una ciudad pequeña.
El grupo de migrantes llegó a Tuxtla Gutiérrez, la capital de Chiapas, 416 kilómetros frontera adentro.
En este lugar estuvieron tres meses intentando obtener, mediante la plataforma CBP One, una cita y así entrar de manera legal a Estados Unidos. José ya tenía asignada una fecha: 31 de enero. Pero el pasado 20 de enero, con la llegada de Donald Trump, el gobierno canceló esa posibilidad por lo que miles de migrantes quedaron varados en México.
“Tristes, bravos (enojados)”, así se sintieron ante el hecho. Al ver rota la posibilidad de ingresar a Estados Unidos, miles de migrantes buscan otras alternativas. Como cientos de migrantes, en los días que han pasado desde entonces, los jóvenes están planeando llegar a un nuevo país que los pueda acoger.
– Costa Rica- dice una migrante al escuchar la conversación.
El lugar donde se realiza la entrevista es un parque en el que, al caer la noche, se concentran decenas de migrantes. Es la zona sur oriente de la capital de Chiapas, a solo unas cuadras de la estación del Instituto Nacional de Migración (INM). Hasta hace unas semanas este era solo un lugar de paso.
– ¿Tapachula podría ser una opción para establecerse?- Les pregunto.
El 31 de enero el gobierno de Chiapas inició en Tapachula el programa “Acción Temporal de Asistencia Humanitaria Movilidad Humana es Transformación” que, de acuerdo al gobernador Eduardo Ramírez consiste en empleos temporales y el incremento de operativos de seguridad con policías de élite. El gobierno estatal que entró en funciones el pasado 8 de diciembre también ha anunciado en diversos momentos es crear “un polo de desarrollo con inversiones y empleos bien remunerados”, y que en la región fronteriza se establezcan empresas. Proyectos semejantes que se ha planteado en sexenios anteriores, ninguno ha prosperado.
Gleyber y José dicen que no quieren volver a Tapachula. Para ellos este lugar “es riesgoso”. Las personas que los secuestraron y otros grupos criminales tienen su centro de operaciones en esta región. En el mes de enero se registraron en Tapachula ocho agresiones violentas contra migrantes, que van desde extorsiones, secuestros, asaltos, agresiones armadas y homicidios.
En esa ciudad, el pasado 12 de enero, autoridades desarticularon a una banda dedicada al secuestro de migrantes, entre los detenidos había dos personas originarias de Colombia, una de Honduras, una de Panamá, una de Honduras y un mexicano. Un dato que destaca en este caso es que los secuestradores llevaban uniformes de policías, armas de alto impacto, cargadores, explosivos, granadas de fragmentación y chalecos con placas balísticas, según reportó la Secretaría de Seguridad del estado.
Ante este escenario, la opción que algunos migrantes es buscar un tercer país a donde llegar: o seguir hasta la Ciudad de México, Tijuana o Monterrey. “Ya formamos un grupo grande”, explican Gleyber y José.
100 pesos diarios, el salario a un migrante
María Castillo y Mariana Tovar viajan como familia, son seis personas de nacionalidad venezolana. Durante tres meses ha permanecido en la capital de Chiapas. Desde esta ciudad buscaron una cita en la plataforma CBP One, hasta que llegó el 20 de enero y esta posibilidad quedó anulada.
Aun cuando ven lejana la posibilidad de ingresar a Estados Unidos no quieren quedarse a vivir en Chiapas. La experiencia de tres meses de vivir en esta región les dejó la decisión de no querer permanecer aquí; xenofobia y salarios insuficientes son las principales causas.
María tiene alrededor de 40 años, al cruzar la frontera ella y el grupo con el que viajaba, fueron subidos por personal del INM a un autobús que los llevó directamente a Tuxtla Gutiérrez; los primeros días durmieron en la calle, sobre cartones.
Para poder rentar un lugar donde dormir, ella consiguió empleo en tiendas, cocinas y comercios.
“¿Tú sabes lo que es trabajar en un restaurante de siete de la mañana hasta las 10 de la noche por 100 mil pesos (100 pesos mexicanos)?”, cuestionó indignada. El mejor salario que consiguió fueron 200 pesos por más de 12 horas laborando. La justificación de los empleadores fue decirles que son migrantes y corren un riesgo al contratarlos.
Entonces María compró una bolsa de dulces y fue a los semáforos a venderlos; también para pedir monedas a los automovilistas, como lo hacen decenas de migrantes más. Por una mañana -dice- llega a obtener 300 pesos.
Sin embargo, asegura que este no es un lugar seguro. Detalla que cuando andan por la calle policías y agentes de migración amenazan con detenerlos y deportarlos. En los tres meses que lleva en Chiapas le ha tocado esconderse de varios operativos de detención. También, en la zona donde pernoctan, viven el acoso y discriminación de los vecinos, molestos por la alta cantidad de personas migrantes en las aceras, afuera de sus viviendas, o en parques públicos. Los migrantes quedan así sin posibilidad de moverse libremente por la ciudad, y con el rechazo de ciudadanos locales.
El día que nos encontramos María y Mariana caminaban presurosa por la calle, un policía, que aseguran es de los pocos que se portan amigables, les avisó del operativo que agentes migratorios realizaban en calles y hoteles de la zona.
Las mujeres y su familia se refugiaron esa tarde en el cuarto que rentan, y al que le tuvieron que adaptar un lugar para cocinar, en medio de colchones viejos que obtuvieron de un centro de reciclaje.
Para ellas, Chiapas tampoco es un buen lugar para quedarse.
“Esperar que se le ablande el corazón” a Donald Trump
“Lo llaman el sueño americano, yo no llamo eso un sueño americano. Esta es una pesadilla americana. Es una pesadilla para un inmigrante, esto es una pesadilla, no es un sueño. Esto es una pesadilla porque uno parece que nunca va a despertar de esto. Usted se acuesta y se acuesta pensando en esto, se levanta igualito” dice Aníbal Tovar.
Mientras miles de migrantes siguen entrando por la frontera sur mexicana y se aglomeran en las oficinas de la Comisión Mexicana de Ayuda de Refugiados (COMAR) y el INM intentando obtener algún documento que les garantice su estancia legal en México para no ser detenidos y deportados a sus países de origen, otros que esperaron por meses en México con la esperanza de entrar legalmente a Estados Unidos, se encomiendan a Dios y esperan, casi como si se tratara de un milagro, que Donald Trump tome decisiones humanitarias.
Profundamente religioso, Aníbal cree que muchas decisiones están guiadas por poderes divinos que logran cambiar los sentimientos y el corazón de las personas, por ello dice que reza todos los días para que a Donald Trump se le “ablande el corazón”.
La historia de viaje de Aníbal no difiere de la de otros migrantes: escapar de un país en donde sus derechos son violados. Su primer recuerdo de lo difícil que es la travesía, es su paso por la selva del Darién, entre Colombia y Panamá. Dice que lo que se puede narrar no se acerca a la realidad que enfrentó al ver cadáveres, violaciones, el tener que pasar hambre y sentir a cada momento el temor de ser atacados él y su familia, entre ellos su esposa.
Al salir de la selva siguió la ruta que pasa por ver la pobreza y violencia que se vive en Honduras y El Salvador. Tras cruzar Guatemala y entrar a la frontera sur de México, confiesa que sintió alivio porque pensó que estaba cerca de su destino: Estados Unidos.
Lo que siguió, tener que esperar meses en Chiapas, confiesa que no lo esperaba. Ha vivido en la calle, ha visto asaltos, extorsiones, robos contra la población migrante; también el acoso constante de agentes migratorios.
Aníbal dice que lo soportaban con la esperanza de obtener una cita que les permitiera entrar a Estados Unidos de manera legal, pero su esperanza se vino abajo el 20 de enero.
Ahora, mientras sus compañeras y compañeros de viaje planean avanzar hasta llegar al centro del país o cualquier otra ciudad en donde al menos puedan acceder a un trabajo con un salario digno, él insiste en que la única esperanza es que se le “ablande el corazón” al presidente de Estados Unidos. No ve otra salida.
“Yo ando reciclando (recoge de la basura cartón u otros objetos que pueda vender en los centros de reciclaje) y ando en la calle pendiente. ¿Dios mío, será que vamos a continuar? Esto es una pesadilla, esto ya es una pesadilla para los inmigrantes”, dice con pesar.
El 20 de enero de 2025 el gobierno de Estados Unidos, con Donald Trump como presidente, suspendió la posibilidad de que miles de migrantes de diversos países que se encuentran en tránsito por México, pudieran acceder a una solicitud de asilo.
El gobierno de ese país obligó al mexicano a desplegar 10 mil militares en la frontera compartida, los que se suman a unos 3 mil soldados norteamericanos que se encuentran también en la frontera, impidiendo con ello el paso de migrantes que cruzan de manera irregular.
Ahora, en el sur de México, miles de migrantes hacen largas filas en las oficinas de la COMAR y el INM para solicitar refugio en México o alguna visa humanitaria que les permita no ser perseguidos y deportados.
Al cierre de 2024, casi 79 mil migrantes de Honduras, Cuba, Haití, El Salvador, Venezuela, Guatemala, entre otras naciones, se encontraban en espera de una respuesta a las solicitudes de refugio. Cifras del INM señalan que entre 2019 y 2024, más de 16 millones de migrantes pasaron por México en su ruta hacia Estados Unidos.
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