En la entrega anterior de nuestra travesía cronológica por la vida de los compositores de la gran música intentamos cubrir los inicios del llamado periodo clásico, encabezado por la figura de Joseph Haydn, y pronto arribaremos al definitivo Mozart, pero todavía nos esperan varios autores igualmente dignos de ser apreciados por su presencia y valor vigentes hasta la fecha, con obras capaces de emocionarnos siglos después.
La ya mencionada “forma sonata”, se explica en el multicitado libro The Vintage Guide to Classical Music, de Jan Swafford, y se refiere a un modelo formal del periodo clásico, que “indica una forma general de organizar piezas cortas o movimientos individuales de piezas más largas”, y se trata de un término relativamente independiente de las obras particulares también llamadas sonatas. Esa forma teórico-conceptual se encuentra en sinfonías, cuartetos de cuerda y obras corales, y con frecuencia, el primer movimiento de muchas composiciones refleja esta conformación: “No solo se simplificó la retórica musical, sino que ofreció a los compositores una mayor intensidad emocional, además de estabilidad, más contraste y también balance… con nuevos principios de organización basados en un elaborado manejo de la estructura tonal”.
A diferencia de las obras del barroco, ahora hay cambios de tonalidad para brindar contrastes dramáticos en los temas, el ritmo y la textura musical, y si bien ni Haydn ni Mozart o Beethoven emplearon el término “forma sonata”, sí se distinguieron por su manejo, y lo heredaron al bagaje cultural de la humanidad. Siglos después, aquí seguimos maravillados con ello.
En forma similar a la estructura de los modelos literarios, en estas composiciones existen secciones interconectadas, básicamente respetando una sintaxis compuesta por movimientos de introducción, exposición, desarrollo, recapitulación y coda; además, por supuesto, hay múltiples formas y variaciones, a veces repitiendo u omitiendo algunos elementos. Abusando un tanto de los términos, en matemáticas a esto podría llamársele un “álgebra musical” que gobierna la estructura de las composiciones, pues las grandes obras distan mucho de ser aleatorias o caprichosas. Ya para nuestros días llegará esa etapa, de la cual dimos un tímido adelanto en un ensayo inicial.
A lo largo de estos ensayos he declarado mi estrecho conocimiento de la teoría musical, intentando más bien —si cuento con la bondadosa atención del lector— compartir e invitar al goce y regocijo que la gran música ofrece para el espíritu. Además de discos o de acceso a Internet, el único requisito es realmente el gusto por explorar y tratar de relacionarse con formas superiores de expresión sin necesidad de palabras, de modo similar a como las artes visuales despliegan su enorme y allí silencioso potencial. Todo cabe en el alma humana.
Iniciaremos con cuatro autores no tan fastuosamente conocidos como Mozart, y a quienes opacaría en forma irremisible. Así es la vida…
Giovanni Paisiello (1740-1816), compositor italiano, considerado como el sucesor de Galuppi (ya mencionado en el artículo sobre el fin del periodo Barroco), y quien durante un tiempo fuera uno de los favoritos de Napoleón en París. Es el creador de la ópera bufa “El barbero de Sevilla”, antecesora de las más famosas “Bodas de Fígaro” de Mozart, y de la compuesta por Rossini. La ópera cómica, usual en su época, se dedicaba a representar musicalmente las intrascendentes aventuras de la gente común en su vida cotidiana, con estilo vocal y acción sencillos y fáciles de seguir; también fue retomada incluso por Mozart.
Paisiello tiene también muchas otras piezas, entre ellas un hermoso y melódico concierto de piano de casi 24 minutos de duración, rítmico, ligero y sin grandes aspavientos ni audacias. Supe de él por varias canciones realmente lindas, como esta, de cinco minutos de duración, o una parecida de tres minutos, con la bella voz de la igualmente bella mezzosoprano Cecilia Bartoli. La letra de esta hermosa canción dice: “Ya no siento el brillo de la juventud en mi corazón; amor, es tu culpa, eres la causa de mi tormento. Me picas, me pinchas, me pellizcas y me muerdes. Ay, ¿qué es esto? ¡Ten piedad! El amor es algo que me lleva a la desesperación”.
Igualmente es autor de cientos de obras para el teatro, algunas de las cuales fueron éxitos en su época, e incluso Beethoven compuso variaciones sobre uno de sus temas.
Luigi Boccherini (1743-1805), cellista y compositor italiano, apreciado como un magnífico autor de música de cámara, fue el compositor de música instrumental más importante de la región sur de Europa, y compartió fama con su un poco mayor contemporáneo austriaco, al grado de haber sido nombrado como “la esposa de Haydn” por un connotado violinista de su tiempo. Boccherini desempeñó un rol significativo en la transición del final del Barroco —coincidente con la muerte de J. S. Bach— y hacia el surgimiento del estilo clásico.
A sus 25 años se estableció en Madrid; no pudo entrar en la corte, y a cambio sí logró estar al servicio de un hermano del rey Carlos III, y posteriormente también como protegido del rey Guillermo II de Prusia. Su extensa obra consta de más de 460 piezas, entre sinfonías —que recién comenzaban a “independizarse” de las sonatas para cuerdas—, conciertos para violoncello y, sobre todo, quintetos para cuerdas, de los cuales se piensa como uno de los fundadores (y en los más famosos se incluye la guitarra). Casi toda su producción fue publicada fuera de España, pero luego su fama y fortuna casi desaparecieron hacia el final de su vida, e incluso se vio obligado a vender su preciado cello Stradivarius.
Hablando del violoncello, esta es la sonata para cello y bajo continuo, en la mayor, G4, en sus tres movimientos: Allegro moderato, Adagio y Affettuoso. En total dura 12 minutos, pero como en Internet no viene completa en una sola liga, la tuve que presentar en sus tres partes separadas. Claro, los movimientos deben oírse en secuencia y sin mayores interrupciones, tal como lo diseñó el compositor.
Por otra parte, aquí está el muy conocido (y lindo) minueto del quinteto de cuerdas opus 11 #5, y a continuación tenemos el españolísimo “Fandango” del quinteto #4 en re mayor. Aunque no es la obra completa, decidí incluirlo porque es todo un hermoso espectáculo; ya nuestro autor nos perdonará el sacrilegio.
Otro de sus quintetos es el muy famoso Op. 30 #6, dedicado a la música nocturna de las calles de Madrid y la diaria retirada de las tropas hacia sus cuarteles. En 1797 Boccherini le escribió a su editor en París: “Este quinteto representa la música que pasa por las calles de Madrid al atardecer, desde la campana del Ave María hasta la retreta… Esta pieza es absolutamente inútil e incluso ridícula fuera de España, ya que quienes la escuchan nunca pueden entender su significado y los músicos no pueden tocarla como se debe”, pero le gustó tanto que hizo cuatro versiones, y uno de sus fragmentos hasta fue utilizado en la Olimpiada de Barcelona de 1992.
Terminamos con la bella y ligera sinfonía Op. 35 #3, en sus tres movimientos: Allegro giusto, Andante, Allegro ma non presto. En total dura 11 minutos, y como antes, muestro tres ligas secuenciales separadas, que no debieran interrumpirse innecesariamente. Cuando en un concierto una obra se presenta en vivo, tampoco se aplaude entre sus partes, sino solo hasta el final, pero casi nunca falta quien quiera lucirse y se va de bruces.
Domenico Cimarosa (1749-1801). Compositor napolitano, un poco más joven que Giovanni Paisiello, con quien competiría por la preeminencia como el principal autor de ópera italiana en su tiempo, aunque ni uno ni otro hayan propiamente superado la prueba de los siglos, asunto reservado para muy pocos. En forma similar a Galuppi y a Paisiello, unos años más adelante también fue invitado por la zarina para residir por un tiempo en San Petersburgo, aunque no tuvo el éxito esperado y regresó a Europa, en donde sí gozó de gran popularidad y fue además Kapellmeister de la corte en Viena. Sus comedias y óperas fueron llevadas a las principales ciudades europeas, e incluso a Nueva York. También Haydn representó sus óperas cómicas en el Palacio de Esterházy, mencionado en el artículo previo. A la muerte de su protector vienés regresó a Nápoles, en donde tuvo problemas por sus simpatías liberales y fue encarcelado, para morir a los pocos años, con tan solo 51 de edad.
A veces la vida es cruel y demandante, y no basta con ser excelente porque siempre hay quienes son sencillamente geniales. Veamos este párrafo del Grove Dictionary of Music and Musicians referido a sus óperas: “…con las características distintivas del genuino estilo buffo italiano, su fortaleza reside en las partes vocales, y sus conjuntos son obras maestras con venas de humor similares a las de Mozart. Es tan solo en el fervor y la profundidad que animan a las melodías de Mozart, y en la construcción de la escena musical, que Cimarosa se muestra como inferior al gran maestro”.
Como esas óperas son extensas (de entre una y dos horas), solo expondremos aquí la obertura de su gran éxito, “El matrimonio secreto” (que más adelante tendría una importante influencia en Rossini), y también mostramos algunas de sus sonatas para piano, de muy corta duración y larga belleza, como la #9 o la #55, que transmiten gran serenidad, o las dinámicas #51 y R15, así como una transcripción para dos guitarras de otra de sus sonatas para piano.
Antonio Salieri (1750-1825), conocido del gran público por la película Amadeus, es una figura importante del periodo, y por su cercanía a la corte y a Mozart (y también a Beethoven) decidí mejor pasarlo a nuestro siguiente capítulo, aunque altere por dos años el orden cronológico.
Muzio Clementi (1752-1832) es nuestro último compositor antes de pasar a quien en forma tristemente (para ellos) definitiva los opacaría a todos. Pianista y autor italiano, comparte con casi todos los hasta ahora mencionados una muy temprana habilidad musical… aunque aquí también la figura de Mozart se impone, como veremos en la siguiente entrega de nuestra ingenua historia de la música de Occidente.
A sus 12 años, Clementi ya había compuesto un oratorio que se presentó en Roma, su ciudad natal, y a los 14 produjo una misa que igualmente causó una fuerte impresión. Pronto fue llevado a Inglaterra a continuar con sus estudios y su carrera como pianista, con viajes por toda Europa, en donde conocería a Haydn y a Beethoven. Fue un íntimo conocedor de la obra de Bach, Haendel y Domenico Scarlatti, y conquistó audiencias en el continente por su virtuosismo en el piano, instrumento al que posteriormente perfeccionaría para dotarlo de mayor fuerza expresiva en las notas graves.
En diciembre de 1780 sostuvo uno de esos (usuales en la época) “combates” amistosos contra Mozart en la corte del emperador José II de Austria —el “déspota ilustrado” conocido por su patronazgo de las artes—. Allí, cada cual ante un piano, hicieron florituras y desarrollaron improvisaciones sobre unas sonatas de Paisiello. El veredicto estuvo dividido, y Mozart, finalmente despectivo y llamándolo “italiano charlatán”, se quejaría de unas “interpretaciones mecánicas” por parte de su contrincante, aunque años después se apropió del tema de la sonata Op. 47 #2 de Clementi en su obertura de “La flauta mágica”, para disgusto de este.
Como otros antes de él, Clementi vivió buena parte de su vida en Inglaterra, en donde además de seguir componiendo estableció una casa editora de partituras y se dedicó con gran éxito tecnológico y comercial a perfeccionar y elaborar lo que hoy se conoce como el piano moderno, en su versión rectangular, no de cola como hasta entonces eran los clavecines. Es considerado como el primer compositor propiamente para el piano, ya sin la influencia del anterior instrumento, y como el sistematizador de las sonatas para este. Incluso se le conoce como “el padre del pianoforte”.
Es autor del relevante tratado La selección de Clementi de armonía práctica para el órgano y el pianoforte, que incluye un gran conjunto de piezas de autores diversos, más cien estudios “Gradus ad Parnassum”, de 1817, con una duración total de cuatro horas. El Grove Dictionary los denota como “la base sobre la cual descansa el arte de la sólida interpretación del piano”. Aquí hay algunos ejemplos muy cortos: el Estudio No. 2 del volumen 1; el No. 24, y el No. 53.
Además de 106 sonatas para piano (admiradas por Beethoven), también compuso sinfonías (cuyas partituras se perdieron después de su muerte), y hasta sus 80 años mantuvo su energía y frescura, pues se casó tres veces y tuvo hijos incluso a una edad avanzada.
Entre las actividades musicales por las cuales igualmente se le recuerda están su influencia sobre sus discípulos (como John Field, de quien hablaremos luego pues es uno de los fundadores de la obra para piano del siglo XIX, y también Chopin “le debe” algunas cosas a Field), y asimismo por el impacto de Clementi en piezas de madurez de Beethoven debido a su concepción sinfónica del piano como un instrumento capaz de imitar a una orquesta. Los restos del italiano reposan en la Abadía de Westminster en Londres.
Y, bueno, como en ocasiones anteriores, me he visto obligado a dejar de lado a muchos otros compositores, y para no sentirme tan culpable, al menos mencionaré a Luigi Cherubini (1760-1842), nacido en Florencia, y quien para 1822 era el director del Conservatorio de París, en donde formó a los más importantes compositores franceses de la primera mitad del siglo XIX. En su tiempo, su obra fue reconocida por Haydn y por Beethoven, y en 1953 la soprano Maria Callas reestrenó su ópera Medea y con ella luego se inauguró la temporada del Teatro de La Scala bajo la dirección de Leonard Bernstein.
Se acerca Mozart, y habrá que prepararse…
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Fuente: Noticia original