Le suceden a Cruz fenómenos curiosos que, así contados en confesión, diríanse propios de un demiurgo o de un personaje del realismo mágico, o tal vez sean las toneladas de literatura que lleva encima. Se declara a sí mismo un ser provisional, una persona rara incluso para sí mismo, un ser llamado a ser bajito (por su deficiente alimentación infantil) y el resto es casual.
Cuando escribe, es decir todos los días desde que a sus 13 años le nació el uso de razón literaria, no es él quien escribe, sino que como un alma poseída vomita voces que otros le dictan. Cuando no escribe, se siente impelido a confluir con el deseo ajeno, de cuya dicha o desgracia, la de los otros, se considera «culpable». Amigo infalible, periodista sin remisión, editor pasional; padre, esposo y abuelo (todo en partidas de a uno), publica un nuevo libro (Secreto y pasión de la literatura, Tusquets; y va cerca del medio centenar). Versa sobre su familia, pero no la consanguínea, sino esa otra que conforman sus personajes literarios, a quienes entrevistó y conoció, ama y amó y, a veces, editó.
Un bello y cadencioso libro que dice es una fe de erratas sobre las equivocaciones cometidas y las que ha visto cometer. Tiene otras dos entregas terminadas: saca un manuscrito del cajón y empieza a leerme lo que su madre, con su oralidad canaria, le ha silbado al teclado. «Parezco el personaje de Anthony Perkins», ironiza, siempre jacarandoso Juan Cruz Ruiz: La Vera, Puerto de la Cruz, septiembre de 1948. Transcribo aquí la segunda parte de la entrevista; la primera se la llevó un taxista mientras los dos corríamos Santa Engracia arriba, una loca mañana de lunes en Madrid.
Descubre que siempre se ha pensado «una persona provisional». ¿Por haber sido un niño enfermizo?
No.
Pues así me lo dijo el lunes pasado.
No, la sensación que tengo es que he llegado tarde o demasiado temprano a la mayor parte de las cosas que he hecho. Y luego, en torno a todo me surge un interrogante: ¿por qué se muere la gente? ¿Por qué sufre dolor? ¿Por qué no somos felices? ¿Por qué mis padres vivieron una vida tan aperreada, como decía mi madre? Siempre he querido ser útil a las personas que tengo alrededor, y desde niño mi vida ha sido un interrogante. Luego la gente cree que he tenido cierto poder, y ni siquiera he sabido jamás qué era eso; he cumplido 76 años y tampoco lo entiendo, cuando debiera de haberme quedado en los 16… Soy una persona rara para mí mismo.
El escritor y periodista Juan Cruz. / José Luis Roca / EPC
La infancia en un barranco húmedo próximo al Teide, humedad que, dice, «conspiraba para que yo (asmático en grado sumo) me muriera en cualquier momento». Paradójicamente, ¿no fue esa circunstancia lo que le ha permitido vivir con tanta intensidad?
No tengo la sensación de vivir con intensidad, o en tal caso sería una intensidad prestada, porque la gente me pide cosas: un teléfono, un cuadro, un libro, y yo tengo que conseguirlo enseguida para confluir con el deseo ajeno; siempre estoy cumpliendo con un deseo ajeno. Y eso me ha servido para ejercer el periodismo, y también, el oficio de editor. Siempre he sido el último en marcharme, de los actos literarios de mis autores, de la clínica donde hubiera un amigo enfermo… Siempre queriendo ayudar al otro. La primera vez que recuerdo que hice algo así fue cuando un tío mío regresó de Venezuela con una mano delante y otra detrás. Y yo le dije, tío, si no tienes dónde dormir quédate en casa. Y mi padre, allí presente, Juanillo, no te metas donde tú no tienes que hablar. Me he pasado toda la vida desobedeciendo a mi padre.
El escritor y periodista Juan Cruz. / José Luis Roca / EPC
No podía ir a la escuela ni jugar descalzo como el resto de niños del barrio, y hubo de esperar a los 9 años para saber leer. De su madre, dicharachera, aprendió las palabras, y de la radio, la sintaxis. ¿De inmediato se convirtió aquello en una fiebre: hurgar en la magia de la escritura?
Es que yo no sabía qué era la escritura, sólo sabía que era un modo de comunicarme. Escribía como si estuviera aprendiendo a escribir. De hecho, ahora, que soy muy mayor y he escrito un montón de libros, cuando me pongo ante el papel o el ordenador la sensación es que es otro quien escribe. Por ejemplo, hoy he escrito una entrevista con Sami Naïr sobre Europa y alguien dentro de mí me conminó a hablar sobre lo que está pasando entre la UE y Donald Trump, que me preocupa muchísimo. Siempre me preocupa lo que pasa como si la culpa de ello fuera mía.
¡Qué agobio, chico!
Es decir, yo fui predestinado a ser bajito, pero todo lo demás ha sido casual.
¿Bajito por genética?
Aquel era un barrio lleno de bajitos, niños enclenques, porque la alimentación era muy deficiente: por las mañanas, gofio con plátano; al mediodía, pescado en salazón, y a las noches, lo que hubiera si había. Y cuando fui becado en los Salesianos y luego los Agustinos, me asombraba que allí los niños eran altos. La pobreza nos hizo bajitos. Así que tenía perfecto derecho a preguntarme ¿por qué? ¿Por qué teníamos que comer así, y tan poco? ¿Por qué no había otra cosa? ¿Por qué éramos pobres? Lo que no sabía es que en otras casas comían diferente, yo era un inocente y lo he seguido siendo toda la vida, ahora también.
El escritor y periodista Juan Cruz. / José Luis Roca / EPC
Hay un aspecto suyo que me recuerda mucho a Pedro Almodóvar: usted escribe y él rueda casi siempre en torno a su madre, lo que les honra. ¿Inagotable asunto?
Mi madre en mi imaginario es la pregunta, y ella fue la primera que dijo: este chico se pasa la vida preguntando. Y la mayoría de lo que he escrito tiene que ver con las preguntas, y por tanto con el periodismo. Y otros muchos libros, con mi familia, sí. Y ahora en este libro escribo sobre la otra familia que son la gente que he conocido, a los que siempre cuidé y me cuidaron: Rafael Azcona, Emilio Lledó, José Manuel Caballero Bonald, Juan Marsé, Manuel Vázquez Montalbán… Siempre he estado pendiente de todos ellos, como si fuera culpable de su malestar. Me he pasado la vida tratando de ayudar a los demás a ser felices, y seguramente no lo han percibido o ni siquiera he sabido hacerlo.
Tenía 13 años cuando un director de periódico local publica sobre usted: «Este chico domina la sintaxis». ¿Indagar en la sintaxis es la forma de aprender a escribir?
La sintaxis te da el ritmo de la escritura, pero luego tú tienes que saber qué escribes. Uno ha de escribir aquello que contiene su sustancia íntima: si no escribes lo que llevas por dentro, igual da la sintaxis o el ritmo, porque eso es escribir por escribir y no me parece lo más adecuado. Escribir es mandarle una carta a alguien que no conoces y que la está esperando.
El escritor y periodista Juan Cruz. / José Luis Roca / EPC
¿Y eso es así porque nunca conoces a tu lector?
Así es; si no te conoces a ti mismo, ¿cómo vas a conocer a tu lector?
¿Y el ego sería también esencial para dedicarse a este oficio de la escritura? ¿Qué tal anda usted de ego?
Depende. Por la mañana no tengo ego, como si se me aliviara con la ducha, pero luego me pongo a escribir y, como decía César Vallejo, me sale espuma. Y luego por la tarde tiene que pasar algo: siempre estoy a la espera de que algo ocurra. Hoy por ejemplo, la cosa buena fue que me llamó Roca, el fotógrafo, que es una persona muy agradable que está deseando que la vida te vaya bien. Y luego esperaba la llamada de una periodista que conozco hace tiempo: me iba a hacer una entrevista y me daba mucho miedo que me preguntara por el libro que he escrito.
Pues no se libra. Pero antes hablemos del periodismo: ¿qué le hemos hecho? ¿Nos lo hemos devorado como Saturno a sus propios hijos?
Le hemos faltado al respeto. El periodista, como le escuché decir a Eugenio Scalfari, es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente. Yo creo que como periodista nunca he mentido, y he tratado de conocer lo que cuento, y sí, claro, muchas veces me he equivocado. Este libro en concreto es como una fe de erratas: versa sobre equivocaciones que yo he tenido y otras que he visto cometer. He tratado de ser justo. Es un libro escrito desde la paciencia de querer a los otros.
Hay dos piezas o personajes que son sus favoritos: uno es Jorge Semprún y La escritura o la vida, «antídoto contra el fascismo» y también, «crónica previa de una amenaza». ¿Lo que parecía puerta de salida de un pasado infernal se ha transformado en puerta de entrada a un probable infierno?
Semprún no recibió en vida el tributo español que merecía. Y tras su muerte, los españoles le trataron como si fuera el autor de algunas falacias que no cometió. Yo me acerqué mucho a él en los últimos años de su vida, hasta muy tarde estuve yendo a verlo a París. Y todo esto que he vivido me ha hecho una persona muy distinta a la que era con 30 años. Llegaba del periódico siempre muy engreído y soltaba comentarios injustos contra algunas personas que trataba o aquellos sobre los que escribía. Y un día, mi hija, Eva, 12 años entonces, me dijo: «Papá, ¿no has pensado que a lo mejor tú eres como ellos?». Esto me hizo reflexionar mucho, me ayudó a ser la persona que hoy soy.
El escritor y periodista Juan Cruz. / José Luis Roca / EPC
Incidiendo en el asunto del infierno, o el fascismo que torturó a su adorado Semprún, me gustaría que valorara la última escena [el sátrapa sentado en su despacho oval y a su lado un payaso tocado de visera Maga con su criatura a los hombros hurgándose la nariz]. ¿Se están riendo de nosotros? ¿Les ampara una impunidad sin límites?
Mi impresión es que consideran que están solos, que el resto del mundo no existe: les da igual la rima del mundo. Trump y su vicepresidente, que ha sido tan grosero en Europa, y el de la visera se han burlado inmediatamente de la densidad de los votos que obtuvieron. Ya no se dirigen a sus votantes, no muestran ninguna gratitud. Quedó muy claro en la toma de posesión, donde Trump demostró cero gratitud a los que estaban a su alrededor, lo evidenció hasta en el modo de saludar a su esposa.
Porque lo peor, como sucedió con Hitler, es que el pueblo les ha votado. ¿Quién o qué puede en estas circunstancias hacerle frente a un sujeto que hace el saludo nazi desde la más alta tribuna pública?
Sólo hay un castigo posible, pero es inenarrable.
Vuelvo a Juan Cruz, ahora en su faceta de editor, que ¿no es en cierto modo ser padre de muchos?
No, yo era más bien el hijo de todos; de Manuel Longares, de Susan Sontag y de un montón de gente. La madre de todos fue la Balcells.
Juan, no sólo por su labor editorial muchos son los que le adoran, pero ¿también muchos le odian?
No me cabe duda de que así es, y seguro que soy responsable de ello. Seguro que he cometido injusticias o he hecho cosas inadecuadas.
El segundo de sus personajes/pasajes favoritos en este libro es Mario Vargas Llosa. Nunca entendí su íntima amistad con un neoliberal de derechas: ¿cómo consigue salvar semejante decalaje?
Leo a Mario desde que tengo uso de razón literaria. De joven escribía, y lo confesaba, imitándole a él, a Carlos Fuentes, a Cabrera Infante. Y luego lo conocí, a Mario, y lo entrevisté, y llegó el día en que él quiso comprometerse con Alfaguara, la editorial que yo dirigía [años 1992-1998]. Mario es ejemplar como escritor y, también, como amigo, no mío sino de muchísima gente que no soportaría, como yo, que se le contemple como un político. Es una persona muy plural, amigo de Joaquín Sabina, de Luis García Montero y otros muchos tan dispares. Y lo que hago en este libro es reivindicar a Varga Llosa como el autor que mejor escribió sobre Gabriel García Márquez.
¿Vale la pena vivir para este oficio monástico y hoy mísero?
Síííí…. Lo dijo Albert Camus durante la ocupación nazi de Francia, cuando él dirigía Combat, un periódico contra el fascismo: «Vale la pena vivir para este oficio», título que yo le robé para uno de mis libros.
Está casado con una periodista y es padre de una única hija, periodista, y ahora su único nieto no quiere saber nada de ello, ni siquiera del cuadernillo que le ha editado para que sepa quién es su abuelo. ¿Y le extraña?
Te voy a contar una anécdota: cuando escribí ‘Toda la vida preguntando’, la periodista Núria Escur me hizo una entrevista y me preguntó cuál sería la última imagen que me gustaría tener en la vida. «Veo a mi nieto [entonces de 3 años] subido a un estrado o un escenario dando un discurso o interpretando una obra teatral. Y yo estoy ahí muy viejo y muy abrigado, muriéndome». Bien, pues mi nieto ahora [13 años] hace teatro, ha actuado en el Círculo de Bellas Artes y ha participado en los musicales Mamma Mia! y Sonrisas y lágrimas. Se está cumpliendo la profecía.
Una última con trampa, sobre aquella historia de pijo aparte con la muchacha lagunera: ¿tiene por costumbre romper libros cuando sufre un desencuentro amoroso?
No, ese fue decisivo. Luego tuve otros, pero ya no había libros como ‘Últimas tardes con Teresa’…
[Risas] ¡Cómo torea usted las preguntas, maestro!
Recuerda la frase, querida Elena: «Cuando teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas».
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