El flamenco rosado, con su porte elegante y su característico color que oscila entre el rosa pálido y el carmesí, es un ave acuática que habita lagos, salinas marismas y humedales del Caribe, América del Sur, África, el suroeste de Asia y el sur de Europa. Su distribución global incluye seis especies: el flamenco común, el flamenco chileno, el flamenco andino, el flamenco de James, el flamenco enano y el flamenco americano.
El flamenco común, la especie de mayor tamaño, puede alcanzar entre 1,20 y 1,50 metros de altura y llega a pesar hasta 4 kilos. En contraste, el flamenco enano, no supera los 80 centímetros de altura ni los 2,5 kilos de peso.
Posee doce plumas negras que solo son visibles cuando extiende las alas. Sus largas patas palmeadas y su largo cuello le permiten buscar en el fondo del agua crustáceos, algas, pequeños peces, gusanos y protozoos, que filtra con su peculiar pico curvado hacia abajo. Los crustáceos y las algas son la causa de la coloración de su plumaje, ya que contienen pigmentos carotinoides. Al nacer, el flamenco es de color gris o blanco, pero cambia gradualmente a su distintivo tono rosado a medida que crece y acumula estos pigmentos.
El flamenco se pasa la mayor parte del día alimentándose, acicalándose para impermeabilizar su plumaje, bañándose, descansando y comunicándose mediante llamadas vocales y nasales.
A menudo migran de noche y lo hacen en forma de V para optimizar la aerodinámica del grupo, emitiendo sonidos para avanzar cohesionados. Para ahorrar energía aprovechan las corrientes de aire y así logran alcanzar hasta sesenta kilómetros por hora. Sus migraciones son un ejemplo de resistencia y de trabajo colectivo. Esas grandes bandadas tiñen los cielos, ofreciendo un espectáculo deslumbrante.
Los flamencos pueden recorrer miles de kilómetros para encontrar alimento y zonas adecuadas para anidar. Su habilidad para orientarse es extraordinaria, guiándose por el sol, el campo magnético terrestre, las estrellas o puntos de referencia geográficos.
Los flamencos se enfrentan a amenazas, como la pérdida de hábitats provocada por la actividad humana, la contaminación de los ecosistemas acuáticos y los depredadores. El cambio climático altera los lugares que utilizan para alimentarse y anidar, poniendo en peligro su supervivencia.
El macho comienza a construir un nido con fango y matorrales, una tarea crucial para atraer a la hembra. En sus rituales de cortejo, estas aves protagonizan danzas sincronizadas de gran elegancia. Ella selecciona como pareja al constructor del nido más sólido y grande en el que depositar el único huevo que pone cada año. Ambos padres se turnarán para incubarlo.
Estas fabulosas aves nos recuerdan que la esperanza es el motor para que la vida prospere. Con miedo o desánimo no se hacen esos esfuerzos.
Byung-Chul Han, filósofo contemporáneo surcoreano que escribe en alemán, explora el concepto de esperanza en su obra El espíritu de la esperanza. Vivimos, afirma, en una sociedad marcada por la inmediatez y el cansancio, y para superar esta situación existencial aboga por la esperanza que apunta a un futuro transformador.
En sus palabras: “La esperanza auténtica es la capacidad de ver más allá del presente, de imaginar un horizonte distinto y de resistir la desesperación.” La describe como un acto de resistencia frente al desánimo. Quien espera no aspira a una simple supervivencia en la que el ruido, las prisas y la productividad sofoquen su capacidad de vivir y de soñar.
En los flamencos podemos ver una metáfora de la esperanza, pues se enfrentan a los peligros de los largos trayectos con la convicción de encontrar un lugar donde vivir. Su capacidad para afrontar la adversidad nos muestra que la esperanza no es ilusoria, sino un motor que les impulsa hacia adelante.
Hoy tengo el placer de entrevistar a Jesús Ballaz quien se ha sentado en los cuatro lados de una mesa editorial de libros para niños: como editor, escritor, traductor y crítico. Fue becario en la Jugenbibliothek de Múnich y Premio Nacional de Crítica y Traducción de libros infantiles y juveniles. Conserva el alma del niño que fue, lo que le permite seguir escribiendo para ellos. Ha publicado más de cincuenta libros, algunos de ellos traducidos a lenguas europeas u otras más lejanas como el chino, el japonés o el coreano. El nieto del cóndor: De los Andes a Barcelona, publicado también en catalán y portugués, la New York Public Library lo reseñó en su catálogo de los Mejores Libros del 2021. Acaba de publicar otro que también aborda la emigración, Buscando a Ahmed, magníficamente ilustrado por Ed Oner, un artista marroquí. Él dice que emigrar en ciertas condiciones es, por su dramatismo, la máxima expresión de la esperanza.
Al mismo tiempo, su otra alma, la que alienta su inquietud intelectual, le ha impulsado a animar desde hace dieciséis años una tertulia de libros de ensayo en la Biblioteca de Molins de Rei donde vive. El ocuparse de los niños no es ni infantilismo ni dejadez intelectual, también obliga a pensar.
Rosa: Jesús, a veces parece que la esperanza se entiende como una actitud pasiva y por tanto desmovilizadora.
Jesús: El mismo Albert Camus expresó en algún momento la idea de que la esperanza vivía de ilusiones que distraen de la vida presente sobre la que tenemos responsabilidades. Se revolvía así contra una versión de la esperanza como sentimiento pasivo. Creo, por el contrario, que la esperanza supone audacia y es motor de acción.
Rosa: ¿La esperanza es un sentimiento?
Jesús: No. Byung-Chul Han afirma que la esperanza “es una actitud espiritual, un temple anímico que nos eleva por encima de lo ya dado, de lo que hoy existe.” Y para él no es algo accidental, sino algo que define existencialmente a una persona. No hay que verla como ese optimismo que, frente a algo a realizar, cree que tiene en sus manos las bazas suficientes para alcanzarlo. El optimismo juega con el cálculo elevado de posibilidades. La esperanza es más difusa, se encara con lo desconocido sobre lo que no tiene dominio. El flamenco que levanta el vuelo en el norte de Europa para dirigirse a los humedales del sur no sabe cómo los encontrará, pero se pone en marcha.
Rosa: ¿Se puede educar la esperanza y hacerla crecer o es un puro don que se tiene o se carece de él?
Jesús: Ernst Bloch, el autor de El principio esperanza, de obligada referencia para este tema, afirma que la esperanza se aprende. Pero no como se aprende una lección libresca, sino por inmersión en un ambiente esperanzado. Esa actitud se adquiere sintiéndose parte de un nosotros confiado. Lo único que imposibilita ese aprendizaje es el miedo.
Rosa: ¿Vienes a decir que no se puede mantener la esperanza en solitario, Jesús?
Jesús: Es posible mantenerla, pero es muy difícil. A Primo Levi se le atribuye la afirmación de que los comunistas y los creyentes, con quienes convivió en un campo de concentración, eran quienes mejor sobrellevaban esa horrible situación. Lo atribuía a que su esperanza se alimentaba de sentirse miembros de una comunidad sólida en la que podían encontrar algún sentido a lo que estaban sufriendo.
Rosa: La esperanza tiene a veces objetivos desmedidos, ¿no? Es lo que a veces llamamos esperanzas imposibles.
Jesús: Un flamenco no emprende nunca una migración en solitario. No dispone por sí mismo de ese aliento desmedido que le requeriría recorrer miles de kilómetros. En cambio, no duda en sumarse a una bandada que emprende el vuelo. Quien está integrado en un nosotros no se plantea cada momento si tiene las fuerzas suficientes para participar en un empeño colectivo. Vivirá momentos de entusiasmo y otros de desánimo, pero no desiste de la actitud esperanzada. Quienes han vivido situaciones límite reconocen que los ha mantenido en pie el aliento colectivo. Citando a Gabriel Marcel, Han dice que la esperanza supone “conceder un crédito a la realidad”. A veces esa realidad es tan pobre, tan insolvente, que se diría que no merece ese crédito. Por eso en ocasiones, el existencialismo desesperanzado gozó del prestigio de ser más lúcido.
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Rosa: La hembra de flamenco solo pone un huevo al año. ¿No da una escasa oportunidad a la esperanza de continuar la especie?
Jesús: Evidentemente no hay un cálculo óptimo para asegurar la continuidad de la especie. Los flamencos la fían a un solo huevo para el que harán un nido y que incubarán cuidadosamente. La esperanza no depende de un cálculo de probabilidades. Es una actitud positiva de apertura al futuro, o sea a algo desconocido. El optimismo, que es la reacción de quien vislumbra algo a su alcance, se puede “esperar contra toda esperanza”.
Rosa: ¿Crees, entonces, que la esperanza no tiene objetivo?
Jesús: Claro que lo tiene, aunque sea más difuso. Y por experiencia sabemos que la compensación a nuestras acciones se suele dar en diferido. La esperanza entonces es un horizonte de sentido y un motor para mantenerse en marcha. El flamenco que se suma a una bandada en el norte helado de Europa espera encontrar unos humedales más amables donde podrá alimentarse y perpetuar su familia criando su futuro polluelo. Pero puede encontrarse la Albufera de Valencia adonde se dirigía en condiciones que no esperaba por unas fatídicas inundaciones. Esperar supone una apertura a lo desconocido e inesperado.
Rosa: Curiosamente dos de tus libros para niños más recientes, El nieto del cóndor: De los Andes a Barcelona o el que acaba de salir, Buscando a Ahmed, son dos historias de emigración. ¿Son esperanzadores?
Jesús: Es cierto, los protagonistas son niños migrantes. Creo que he reaccionado así ante la preocupación con que observo todos los movimientos identitarios que se dan tanto entre nosotros como en otros lugares del mundo. Los veo como movimientos muy conservadores y peligrosos. Crearán sufrimiento y no lograrán parar este viento imparable de la historia. Veo más inteligente y decoroso preparar las condiciones para compartir la tierra como patrimonio común. No será fácil, habrá que ensayar nuevas formas de convivencia y de organización política. Para ello hay que ir creando imaginarios simbólicos compartidos que tengan en cuenta todas las tradiciones culturales y religiosas. Los libros infantiles ya están aportando algo en esta tarea. Son fuente de esperanza compartida.
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