En una reunión con un ingeniero de una escudería de Fórmula 1, universo sobre el que protagonizará y producirá una serie de televisión, Felicity Jones (Birmingham, 41 años) aprendió el significado del concepto ‘virus’. “Me dijo que es lo que buscaba él a la hora de contratar a un nuevo empleado, esa personalidad adictiva que pueda soportar los altibajos de la industria. Y en el cine es igual. Nunca puedes darte por satisfecha, siempre tienes que querer lograr algo más. En el momento en el que te vuelves complaciente es mejor que te vayas y te dediques a otra cosa”, sostiene.
No es precisamente la complacencia una cualidad que pueda describir la carrera de la actriz que hace una década presentaba sus credenciales en Hollywood gracias a su papel de Jane Hawking en La teoría del todo, merecedora de una nominación al Oscar a mejor actriz. Después llegarían éxitos de taquilla como Star Wars: Rogue One, Inferno o Un monstruo viene a verme en dos años tan frenéticos que pusieron a prueba su capacidad para soportar el peso de la fama global. Jones, que atiende a S Moda a través de videollamada, suspira al recordar aquel tiempo: “No entré en el mundo de la interpretación para ser famosa, ese nunca fue el objetivo, pero sí me siento afortunada cuando la gente me dice lo mucho que han disfrutado las películas”.
La británica, educada en Oxford y que debutó con 12 años, ve ahora cómo su nombre vuelve a aparecer como uno de los indiscutibles en las quinielas de los premios gracias a The Brutalist, la gran sensación del pasado festival de Venecia, por la que ha sido nominada al Oscar a mejor actriz de reparto. En esta categoría competirá el 3 de marzo con Monica Barbaro (A complete Unknown), Ariana Grande (Wicked), Isabella Rossellini (Cónclave) y Zoe Saldaña (Emilia Pérez). Dirigido por Brady Corbet, The Brutalist narra la odisea de Lászlo Tóth (Adrien Brody), un arquitecto eminente que emigra a Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, para reconstruir su obra y su vida. También su matrimonio con Erzsébet (Jones), que se une a él años después ya en silla de ruedas, a causa de la osteoporosis producida por la hambruna vivida en el campo de concentración, pero con una dignidad y una determinación de rabiosa contemporaneidad. En palabras de su intérprete, “es un espíritu independiente que hará lo que haga falta para que Lászlo y ella estén juntos. El corazón de la historia es el amor entre dos individuos complejos. La película también es una exploración de la supervivencia, no solo física, sino sobre cómo mantenemos nuestros principios, creencias y sueños intactos”.
De una escala, ambición y duración (215 minutos) monumentales, la británica confiesa que tanto ella como Adrien Brody tuvieron que aportar parte de su experiencia personal para encontrar la intimidad entre ellos —”no creo que hubiera podido hacer este papel hace 20 años”— y evoca las enseñanzas recibidas por su madre cuando es preguntada por algún referente femenino que, como Erzsébet, haya influido en ella. “Me inculcó la importancia de mantenerme fiel a quien soy y no dejarme influenciar por lo que piensen los demás. Al final solo tienes que responder ante ti misma y tus propias exigencias”.
Madre de dos niños, reconoce que son precisamente ellos quienes lograron que la intensidad de The Brutalist no la engullera demasiado. ¿Impactó la maternidad en su carrera de manera decisiva? “Tienes mucho menos tiempo, así que cualquier elección tiene que ser valiosa y significar algo”, explica, esbozando una sonrisa al reflexionar sobre cómo ha cambiado en esta década. “Creo que la Felicity actual está más cansada, tiene menos energía… ¡No, no publiques esto!”, dice entre carcajadas. “La verdad es que todo es mejor. Creo que soy más yo misma de lo que nunca he sido. Eso es lo que pasa cuando te haces mayor, que no tienes tiempo para ser nada más”. Y, para disipar dudas, concluye: “El virus sigue en mí”.
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