Pablo Bujalance Málaga
Actualizado
Reconocida con el Pulitzer en 2009, Elizabeth Strout (Portland, 1956) constituye un verso suelto y a la vez bien firme de la literatura americana contemporánea, gracias a la fina cirugía con la que construye sus personajes, cálidos e inolvidables.
Alfaguara publica esta semana su última novela, Cuéntamelo todo, para la que reúne en Maine a algunos de los personajes más celebrados de sus anteriores novelas, como Lucy Barton, Bob Burgess y la ya nonagenaria Olive Kitteridge, contadora de historias. Strout inaugura hoy en Málaga la nueva edición del festival Escribidores.
- ¿De dónde vino la decisión de reunir a estos personajes en una misma novela?
- Es curioso, porque en un momento dado me dio por pensar que todos ellos, aunque habían aparecido en novelas diferentes, vivían cerca. Se me ocurrió entonces que sería razonable que se encontraran. Y la verdad es que funcionó desde el principio.
- ¿Ha descubierto algo sobre ellos que no supiera antes?
- Eso sucede siempre, en cada novela. Ahora bien, me cuesta concretar exactamente qué es eso que voy descubriendo. Sé que, en Cuéntamelo todo, Bob es Bob, Lucy es Lucy y Olive es Olive. Y esto está bien, porque tengo que ser fiel tanto a quienes son como a quienes fueron antes. Cuando escribo nunca sé qué dirección va a tomar la historia, así que tengo que prestar especial atención a la identidad de los personajes.
- ¿No planea nada antes de escribir?
- No, no hago ningún planteamiento previo. Trabajo a partir de escenas que voy concibiendo. Cuando me siento a escribir, distingo cuáles de esas escenas se corresponden mejor con los personajes y avanzo a partir de cada corazonada. Cuando las corazonadas y las escenas conectan, siento que voy por buen camino.
- Olive Kitteridge cuenta sus historias, pero ¿lo más importante es lo que se calla?
- Sí, eso es, exactamente. Incluso cuando Olive cuenta sus historias es consciente de que no tiene todas las claves. O, a veces, dependiendo de lo que cuente, hay elementos de sus historias que prefiere dejar en secreto. El tema central de la novela es que solo podemos conocer de las personas lo que ellas nos cuentan, y lo que nos cuentan es siempre incompleto, azaroso. No podemos grabar las vidas de las personas. Por eso son un misterio.
- ¿Tiene eso que ver con que las vidas de las personas son relatos de ficción?
- Sí. No hay muchas diferencias entre la ficción y eso que llamamos no ficción. Incluso cuando un autor escribe una historia de no ficción tiene que escoger entre miles de detalles, entre un abanico vasto de posibilidades, y eso ya entraña una creación por su parte. El misterio es el mismo que en la ficción.
- Esa confusión se aplica también a las emociones de los personajes, sobre todo a la hora de distinguir entre la amistad y el amor.
- Bueno, como dice Olive al final de la novela, el amor es amor. Si es amor, no hay duda. Puede haber distintos tipos de amor, pero, seguirán siendo amor. Uno de los motivos por los que no sabía cómo iba a terminar el libro era la evidencia de que Lucy y Bob se aman mutuamente. De hecho, hay algunos elementos eróticos en su relación, pero lo que comparten es una amistad. Creo que, en las relaciones personales, las emociones no siempre están claras. Al contrario, tienden a ser confusas. Ahí nos movemos en arenas movedizas.
- Su novela está ambientada en un Maine postpandémico. ¿Ha cambiado tanto realmente el mundo desde el confinamiento?
- Sí, creo que en cierta medida somos diferentes. Es más, nos estamos haciendo diferentes aún, el proceso no ha terminado. El principal motor del cambio están siendo las redes sociales, que nos llevan a comunicarnos más a través del móvil que de manera presencial. Eso ya es un hecho, y seguirá creciendo. Sin embargo, creo que, en el fondo, la gente sigue queriendo lo mismo que hemos querido siempre. La gente sigue siendo la gente, aunque interactuemos de manera distinta.
- ¿Dónde se ubicaría usted dentro de la tradición de la novela americana?
- Cuando fui a la Universidad no cursé una sola asignatura sobre literatura de EEUU. Y me alegra mucho, porque he podido aprender todo lo que sé al respecto por mi cuenta, desde que era adolescente. Para mí es importante conocer bien a los que escribieron antes de hacerlo yo, y ha sido una suerte poder hacerlo a mi aire. No tengo nada en contra de la enseñanza de la literatura en la Universidad, que conste, pero estoy agradecida por haber atesorado ese conocimiento sin que me dirigieran.
- Y, como escritora de EEUU, ¿qué cree que se podrá escribir en el futuro sobre su país del presente?
- Ni idea. No lo sé. Cada día trae una enorme cantidad de novedades, a una velocidad enorme. Es imposible dilucidar nada ahí.
- ¿Es un buen momento para ser escritor?
- No para mí. Escribo novelas ambientadas en el presente. Eso me sitúa ahora en el ojo de la tormenta de Trump y no sé cómo gestionarlo. El día en que fue elegido tuve claro que iba a necesitar tiempo, que tendría que esperar a que se desarrollaran los acontecimientos. Es imposible saber todavía cómo se podrá escribir sobre estos tiempos. Al menos, en mi caso.
- ¿Tiene sentido escribir hoy sobre la bondad?
- Explíquese
- André Gide afirmaba la literatura no se hace con buenas intenciones ni buenos sentimientos. ¿Qué opina usted?
- Depende. En una historia dramática, por ejemplo, esa afirmación podría ser relevante. Yo diría, más bien, que lo que no tiene sentido es escribir sobre gente feliz. La sola idea me resulta absurda. Ni siquiera sé si sería posible hacerlo. Ahora bien, creo que sí es posible escribir historias de personajes tocados por la gracia. Algunos de mis personajes pasan por esa experiencia y se sienten transformados. Como cualquiera de nosotros.
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