Cien años de Ana María Matute, eterna niña asombrada

Ediciones Destino celebra el centenario del nacimiento de Ana María Matute con un calendario de reediciones conmemorativas que inaugura ‘Primera memoria’. Seguirá el 19 de marzo ‘Olvidado Rey Gudú’, en una edición con cantos tintados y tapa dura. Y en mayo verá la luz la versión completa de ‘Los niños tontos’ con la recuperación de dos relatos inéditos.

En el semanario ‘Destino’ y la editorial homónima que dirigía Ignacio Agustí se fraguó la generación literaria de Matute. Allá por 1944 una escritora adolescente se presenta en la calle Pelayo con varias narraciones y una novela: «Yo iba a Destino con mi libretita bajo el brazo, calcetines y mi aspecto aún más aniñado del normal. Un empleado que se había fijado en mí (debía de resultar patética) se conmovió con mis pretensiones y mi libreta y me consiguió una entrevista con el director. Se trataba del novelista Ignacio Agustí, que acababa de tener un enorme éxito con ‘Mariona Rebull’. Cuando vio mi cuadernito lleno de letras e ‘inventos’, tuvo la delicadeza de no manifestar ni burla ni extrañeza. Debo agradecérselo, era un verdadero señor. Con infinita paciencia, me explicó que debía pasarlo a máquina y que ellos la leerían, y que ya me dirían algo. Aún hoy me sonrojo recordándolo. Era la criatura más ignorante y despistada de cuanto el mundo editorial se refería…»

La novela era ‘Pequeño teatro’ e iba firmada con seudónimo. «Pero ¿no se llama usted Ana María Matute, o así lo leo en la tarjeta?», inquiere Agustí. «¡Sí, pero es que Matute es tan feo!» contesta la escritora. El director de Destino le anima a firmar con su nombre real: «Matute es un nombre como cualquier otro y desde luego a mí me gusta más que el que ha puesto aquí».

El debut literario de Matute se remonta a mayo de 1947, cuando Destino publica su cuento ‘El chico de al lado’ que había escrito a los quince años. Su padre la acompaña a Destino para firmar el primer contrato. «Cuando publiqué mi segundo cuento, ‘Sombras’, se equivocaron con la firma y pusieron Juan María Matute: la errata le sentó a mi padre como un tiro». Sus colaboraciones proseguirán en 1948 con ‘Mentiras’, ‘Los niños buenos’ (cuatro entregas semanales) y ‘Los Abel’, novela finalista del premio Nadal.

Una joven desconocida y algo tartamuda

El encuentro con aquella joven, desconocida y algo tartamuda, activó el olfato literario de Agustí en la misma medida que lo hizo la novela ‘Nada’, de Carmen Laforet. El autor de ‘Mariona Rebull’ dará a leer las historias de Matute a su amigo Sebastián Juan Arbó, que tenía su escritorio cafetero en el Salón Rosa del Paseo de Gracia. Agustí deja sobre la mesa el manuscrito. «Lee esta obra». Sebastián Juan Arbó confirmará el diagnóstico: «Me cautivó por la belleza y la gracia, por el encanto especial de la prosa, de un raro y peculiar preciosismo, por una atmósfera mágica, como de cuento infantil, con gracias asimismo de cuento en los pequeños detalles, y por encima de todo, por la honda palpitación humana. Le dije: «Tienes razón: aquí hay una escritora»«.

La escritora nos contaba cómo empezó todo en su sobreático de avenida Virgen de Montserrat, enfrente de la Clínica Quirón. Desde la terraza se divisa la Ronda del Guinardó y el Carmelo que Marsé convirtió en feraz territorio mítico. Hablamos en una sala de estar ante un hogar de hierro forjado. Sobre la mesa de centro, un ejemplar del ‘Viaje en autobús’, de Pla. Lo ilumina una lámpara que luce en su pantalla los nombres de Gonzalo Torrente Ballester, Camilo José Cela, Ramón J. Sender… En las estanterías, abundancia de libros de Historia y literatura anglosajona. Un cuadro con grabados de ‘Alicia en el país de las maravillas’, de Lewis Carroll. Las gafas de la escritora sobre el Diccionario de la Real Academia de la Lengua y un gin-tonic a mano.


La escritora, con el pequeño Juan Pablo, junto a la máquina de escribir


ABC

Matute pertenecía a la generación literaria de posguerra, pero ella prefería adscribirse a la Generación de los Niños Asombrados: su única patria reconocible era la infancia. Había nacido el 26 de julio de 1925 en una familia acomodada de Barcelona. Su padre, Facundo, tenía una fábrica de paraguas y era un catalán mediterráneo y extravertido; María Ausejo, su madre, era de carácter severo.

Los primeros años transcurrieron entre Madrid, Barcelona y los veranos de Mansilla de la Sierra, Logroño, la tierra de sus abuelos maternos: «Mi padre y mi madre se habían conocido allí. En Mansilla descubrí una realidad muy diferente a la de la ciudad: la muerte de una vaca era una tragedia y una helada, la ruina. Jugaba con niños que no sabían cómo era el mar y que con trece años dejaban la escuela para trabajar en el campo». Ana María era la segunda de cinco hermanos, dos chicos y tres chicas. «Mi padre decía que los chicos debían llamarse José y las chicas María, de ahí que mis dos hermanos se llamaran José Antonio y José Luis. Nosotras, María Concepción y Ana María: lo decía en plan de juego y muchas noches, antes de dormir, nos contaba anécdotas que se inventaba. Así fomentó mi imaginación. Cuando volvía de sus viajes era una fiesta. De Londres me trajo un muñeco negro, muy popular entonces, al que puse Gorogó: era un deshollinador con pinta ‘dickensiana’, frac azul y pantalones a rayas. Todavía lo conservo y viaja conmigo«, explicaba.

No hay infancia sin una enfermedad que nos ponga ante la muerte. A los cuatro años, un agosto de 1929, la pequeña Ana María padeció una infección renal. Nunca olvidaría la preocupación de sus padres en aquel mes vacacional con pocos médicos en Barcelona. Tampoco la cuna en la que estuvo postrada «y un cacharro con el que me daban líquidos que no me gustaban nada».

La guerra confirmó la pertenencia de Ana María a la Generación de los Niños Asombrados: «Yo y mis hermanos intuíamos la situación, pero no podíamos denominarla». Niños asombrados de sus cuentos y novelas aturdidos por la vesania de uno y otro bando: «Yo tenía once años y mi hermana Conchita trece. Estábamos a punto de irnos a la playa y luego pasar el verano en Mansilla. Era el 16 de julio de 1936. Mi padre nos dijo que no iríamos a la playa porque algo grave se avecinaba. Pronunció una frase, que en aquel momento sonó enigmática: «La pelota está en el tejado». Mis padres eran católicos y conservadores. A mi padre no lo mataron, pero le colectivizaron la fábrica y pasó de ser amo a empleado: era el sistema comunista«. La familia Matute escondió en su casa a un fraile y una monja. »El pobre fraile vino huyendo de una iglesia quemada. Visité con mi padre el templo y pisamos una cabecita del niño Jesús hecha añicos«.

Su primera novela

Aquel sangriento verano del 36 Ana María escribió su primera novela, ‘Juanito’. «Por las noches iba con una linterna a la habitación de mis hermanos para leerles un capítulo, que acababa con un ‘Continuará…’ Desde la ventana veíamos el jardín de la casa de un marqués que había ocupado el SIM, la policía política de las checas. Un día, mientras escribía, un golpe de viento desparramó las hojas en aquel jardín. Lo que había escrito tenía tanto valor que no dudé en bajar a la calle y llamar a la puerta de tan siniestra dirección. Apareció un miliciano, me tomó de la mano y me espetó con tono grave: «¡Coge lo que buscas y vete! Oye niña… no vuelvas por aquí»».

De aquel mundo infantil quedó un fajo de cuentos escritos entre los cinco y los doce años. La madre de la autora los guardó en una caja de zapatos que regaló a Ana María cuando se casó con Ramón Eugenio de Goicoechea, aquel bohemio fantasmón que tan mala vida le dio. En 1954 nació su hijo Juan Pablo: «Fue un buen hijo que compartió conmigo muchas jornadas de trabajo cuando lo tenía en mis brazos mientras tecleaba la máquina de escribir. Muchos de aquellos recuerdos familiares quedaron sedimentados en ‘Primera memoria’, la novela con la que gané el Nadal en 1959«. Los sesenta fueron años de lucha por la custodia y penuria económica a los que pasó factura una depresión que la apartó de la escritura. El renacimiento no llegó hasta 1996 con ‘Olvidado Rey Gudú‘: «Volver a escribir se lo debo a Carmen Balcells. Me «secuestró» para que acabara la novela y hasta que no puse el punto final no me dejó«, subrayaba agradecida.

‘La Matute’, así se identificaba ella con socarronería, nunca dejó de asombrarse como la Matia de ‘Primera memoria’. Aquella que en su adolescencia se siente un monstruo porque ya no es una niña, pero tampoco, todavía, una mujer. La adolescencia como naufragio, tierra de nadie tras abandonar la patria de la infancia y acercarse a la tierra de caníbales que es el mundo adulto: «Yo soy escritora porque me temo que no pasé de los doce años. La infancia es lo único que tenemos». La Matute, eterna niña asombrada.

Fuente: Noticia original

La encrucijada Alemana

Las noticias de hoy, 24 de febrero de 2025, en un minuto, hasta las 14:00 horas

Que el país se llame oficialmente México, pide PAN

México no es colonia de ningún país, advierte Presidenta

Dice Trump que no está contento con México por el tráfico de Fentanilo proveniente de China

Juez de EU examinará demanda de agencia de noticias AP contra restricción de Trump sobre el Golfo de México