La ópera prima de Iñaki C. Martínez tiene como protagonista a un periodista de televisión que, además, es asesino. En otras palabras: siempre tiene la exclusiva sobre el último crimen que ha sucedido en la ciudad. Un crimen que, en verdad, él mismo ha cometido.
En este making of Iñaki C. Martínez relata el origen de Si te digo mi nombre tendré que matarte (Ediciones B).
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No sé por qué la gente tiene miedo a la oscuridad. O, más en concreto, a la noche. Cuando la mayoría del mundo duerme y el silencio lo invade todo es cuando mejor piensas. Y cuando mejor suenan las teclas de mi portátil. Sin la noche no hubiera podido escribir Si te digo mi nombre tendré que matarte.
Una madrugada mientras veía un partido de la NBA surgió la idea. Y sin dejarla escapar, tuve que apuntarla en el bloc de notas del teléfono. Ayudó que el encuentro no fuera entretenido. Dejé que la idea durmiese. Y yo con ella.
«Si tras haber dormido, la idea no le hace gracia, se descarta. Si le gusta, empieza a probar. ¿El personaje qué quiere hacer? ¿Cómo lo quiere hacer? ¿Tiene amigos? ¿Enemigos?«
Las ideas no aparecen justo cuando te pones delante de la pantalla del ordenador. Son caprichosas. Yo dejo que aparezca una. Y si me gusta, entonces sí. Juego alrededor de ella. Le echo todo lo que se me ocurre. Y cuando ya no sale nada más de esa espiral, intento reducirla a una frase. No muy larga pero con la cantidad justa de palabras. Para que mi yo del futuro la desarrolle de verdad. Entonces, vuelvo a dejar que la idea duerma.
Durante esta fase, la de las ideas, el que realmente hace el trabajo duro es, como he dicho antes, mi yo del futuro. Él se encarga de descartar o de desarrollarlas. Si tras haber dormido la idea, no le hace gracia, se descarta. Si le gusta, empieza a probar. ¿El personaje qué quiere hacer?¿Cómo lo quiere hacer? ¿Tiene amigos? ¿Enemigos? Dibujo un perfil completo. Normalmente, aquí uso papel y boli. Cuando entro en esa dinámica de crear el personaje o la trama, el movimiento del bolígrafo me relaja y me ayuda a continuar. Y me encanta el viaje de la tinta y la mano por todo el folio. No sigo un orden lógico a la hora de escribir. Puedo hacerlo en círculos, de arriba abajo, etc. Y con flechas para que mi yo del futuro entienda por qué voy de un sitio a otro.
«Encuentro un orden. Hago crecer lo que se me ha ocurrido. Y tengo clara una cosa muy importante: escribo como me gustaría que fueran todos los textos que leo«
Este proceso puede tener de compañero al sol. Por aquello que he dicho que las ideas llegan cuando ellas desean y no cuando las necesitas. Pero a partir del momento en el que tengo todas esas ideas “desarrolladas”, la noche es mi amiga. Y la música. Bandas sonoras suaves. Temas que no me aceleran pero que tampoco me invitan a dormir. En el término medio está la virtud, ¿no?
Rodeado de la noche y el silencio en mi casa, con la música en los auriculares, enciendo el portátil. Vuelco del papel a la pantalla. Encuentro un orden. Hago crecer lo que se me ha ocurrido. Y tengo clara una cosa muy importante: escribo como me gustaría que fueran todos los textos que leo. Estilo directo. Conciso y sin florituras. Lenguaje normal y sin estridencias. Frases cortas. Ágil, pero no siempre se puede, claro.
Para escribir hay que ser disciplinado. Decidir cuándo hacerlo. Pero fijarlo como rutina. La inspiración no se planea pero el trabajo sí. Tienes que elegir los momentos adecuados para ponerte delante de la hoja en blanco. Cada semana. Darte un día de descanso entre jornada y jornada. Reposo lo que acabo de hacer. No examino hasta el siguiente turno de escritura (otra tarea para mi yo del futuro). Y me olvido de ello durante 24 horas. Me dejo notas en el propio texto por si no me ha salido natural. Y vuelta a empezar. Concentración y visualizar todo lo que estás escribiendo. Vaciarte. Hasta que le des la vuelta a la lista de reproducción. Ahora me ha saltado “The Morrow”.
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Autor: Iñaki C. Martínez. Título: Si te digo mi nombre tendré que matarte. Editorial: Ediciones B. Venta: Todos tus libros.
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