Esta semana ha sido un claro ejemplo de que la política internacional tiene su repercusión en la política doméstica. Llevamos días donde las palabras o decisiones de Donald Trump obligan a Europa y sus dirigentes a posicionarse. Y en España hemos contemplado el viraje de Alberto Núñez Feijóo, hasta ahora de perfil, y que se ha visto obligado a mostrar su lado junto a la UE, y de un Santiago Abascal, que elude su apoyo a Zelenski y ratifica su seguidismo al presidente estadounidense. Mientras, Pedro Sánchez retoma el protagonismo de la agenda exterior y se aísla de la situación por la que transita la política nacional, su Gobierno. Moncloa ya da casi por descontado que a estas alturas de año no habrá presupuestos. En un año sin elecciones, en el que se podría haber desarrollado proyectos más a largo plazo, el Ejecutivo seguirá con las cuentas de hace dos años, las de 2023, y sus limitaciones. Todo por la endiablada aritmética parlamentaria que le exige el máximo en cada negociación. Un parlamento en el que cada vez se están ensayando más las pinzas PP-Junts, incluso con PNV, en medidas contra el Ejecutivo, y la mayoría de la investidura da ciertas muestras de cierto agotamiento. Un cansancio como el que en la calle se percibe a la falta de respuestas al elevado precio de los alquileres que no para de subir desde el fin de la pandemia y un piso de 70 metros cuadrados ya ronda los 1.000 euros al mes. O que a la hora de comprar una casa ya ronde los 2.000 euros el metro cuadrado, muy próximo a su máximo histórico. Pero también vemos esas impactantes escenas de la ultraderecha al otro lado del Atlántico, de un Elon Musk con la motosierra de Milei, sin entrar en la gravedad de lo que entraña. Ante una Europa que reacciona a su ritmo a los envites de Trump y esperando en qué bando sitúan las urnas a Alemania.
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