Las elecciones anticipadas del 23 de febrero en Alemania se producen en medio de una grave crisis y tras la ruptura de la coalición semáforo entre socialdemócratas, verdes y liberales.
Los claros ganadores de los comicios serán, según las encuestas, los cristianodemócratas (CDU) que lidera Friedrich Merz, pero habrá un fuerte ascenso de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) de Alice Weidel.
Sería la segunda fuerza más votada, seguida de los socialdemócratas (SPD) del actual canciller Olaf Scholz. En cuarto lugar, los Verdes del vicecanciller Robert Habeck. Los liberales (FDP) del ex ministro de Finanzas, Christian Lindner, al que se responsabiliza del fracaso de la coalición, no entrarían, por segunda vez en su historia, en el parlamento federal, al no superar el 5% necesario para hacerlo. Sí que podría conseguirlo la izquierdista Alianza Sahra Wagenknecht (BAW), fundada en enero de 2024 y que obtuvo muy buenos resultados en las elecciones de septiembre
La CDU no conseguirá mayoría suficiente para gobernar en solitario y será precisa, de nuevo, una coalición. Hay acuerdo para aplicar un cordón sanitario a la extrema derecha, así que las alternativas serían una gran coalición (como en 12 de los últimos 20 años), lo más probable, si es posible matemáticamente, o una verdinegra (CDU con Verdes), una novedad a nivel federal, como también lo sería una entre CDU, SPD y Verdes.
Quien gobierne tendrá que hacer frente a la compleja crisis que atraviesa el país, considerado un ejemplo de estabilidad, pero que hace aguas en muchos sectores, política y económicamente. La economía más fuerte de la Unión Europea tiene ante sí numerosos retos. “La economía alemana lleva tiempo estancada”, afirma Michael Hüther, director del Instituto Económico Alemán. Son precisos cambios y una política con visión de futuro.
La difícil travesía
La ruptura de la alianza que ha gobernado Alemania estos tres últimos años no hace sino ahondar todavía más la crisis. Desde el principio se tenía poca confianza en la coalición entre socialdemócratas, liberales y verdes, pero consiguieron tejer un acuerdo y echar a andar tras 16 años de liderazgo de la excanciller Angela Merkel que dejó bastantes desafíos pendientes. La coalición semáforo se presentó como una “coalición progresista”. Pero sus protagonistas, el canciller Olaf Scholz, el vicecanciller Robert Habeck y el ministro de Finanzas, Christian Lindner, han estado constantemente enfrentados.
«La coalición semáforo se presentó como una ‘coalición progresista’, pero sus protagonistashan estado constantemente enfrentados»
Apenas tres meses después de la toma de posesión del gobierno de coalición, la invasión rusa de Ucrania situó a Alemania en unas condiciones completamente diferentes. Y surgieron discrepancias entre los socios ante el cambio del marco geopolítico y económico. Alemania se veía frente a problemas financieros y gastos en gas, petróleo y defensa imprevistos. Y cayó en una crisis energética.
Al final, el fracaso de la primera coalición tripartita de la historia de Alemania se ha ido fraguando sobre todo por el dinero. El 15 de noviembre de 2023, la alianza se tambaleó tanto que ya no pudo estabilizarse. Ese día el Tribunal Constitucional declaró parcialmente inconstitucional la política presupuestaria del gobierno de Scholz. Rechazó que se utilizaran para financiar la política climática y energética los 60.000 millones de euros que habían sobrado de créditos para combatir los efectos de la COVID. Ese fondo especial, que no era parte del presupuesto federal, era lo que se había pensado utilizar para superar las profundas diferencias entre los liberales, que querían sanear el presupuesto, y los socialdemócratas y verdes, que requerían fondos para su política social y climática.
Las diferencias quedaban cada vez más a la luz. Los socialdemócratas y los verdes defendían un rol fuerte del Estado, con suficientes fondos para sus políticas sociales y medioambientales. Los neoliberales del FDP priorizaban el libre mercado y un planteamiento fiscalmente conservador. Unos abogaban por más Estado, el otro por menos. Y el experimento del semáforo iba camino del fracaso. En momentos de poco dinero disponible, los socios de la coalición no se ponían de acuerdo sobre las prioridades.
SPD y Verdes se resistían a mantener el freno a nuevo endeudamiento, necesario por la guerra de Ucrania, para la ayuda financiera y militar a Kiev, la acogida de refugiados y la urgencia de reequipar al ejército alemán. Pero los liberales no cedieron y mantuvieron sus exigencias de ahorro porque para Lindner, lo contrario suponía violar su compromiso. Las negociaciones sobre el presupuesto para 2025 terminaron enviando al parlamento un borrador con un hueco cercano a 12.000 millones de euros.
Además, en septiembre de 2024, se celebraron elecciones regionales en tres Länder (estados federados) del Este. Nunca los partidos gobernantes a nivel federal obtuvieron tan malos resultados como el SPD, los Verdes y el FDP en Turingia y Sajonia. Solo en Brandeburgo, el SPD logró recuperarse. Los liberales fueron pulverizados en los tres. Tras los comicios, cada partido trató de ganar perfil propio lo que hizo prácticamente imposible lograr los necesarios acuerdos.
Final de la coalición semáforo
En estos tres años, ha habido una pérdida de confianza entre los socios de la coalición. Según el canciller Scholz, al liberal Lindner solo le preocupaba su propia clientela y la supervivencia a corto plazo de su partido. Lindner, por su parte, acusó a Scholz de presionarle para que suspendiera el freno a la deuda. La credibilidad del FDP se ha visto muy dañada.
“El ministro federal Lindner ha bloqueado leyes demasiado a menudo. Ha incurrido en mezquinas tácticas partidistas, demasiadas veces ha quebrantado mi confianza”, declaró el canciller Scholz al anunciar oficialmente la destitución de su ministro de Finanzas. El canciller acusó a su socio minoritario de actuar con egoísmo y de manera irresponsable. Lindner tampoco se anduvo por las ramas. “Olaf Scholz ha demostrado que no tiene la fuerza necesaria para permitir a nuestro país empezar de nuevo”, dijo, añadiendo que las propuestas del socialdemócrata eran poco ambiciosas ante los desafíos, especialmente en economía.
El 16 de diciembre de 2024, el canciller Olaf Scholz (SPD) perdía la cuestión de confianza que había presentado en el Bundestag, lo que abría el camino a nuevas elecciones. El líder de la oposición y candidato cristianodemócrata a la cancillería, Friedrich Merz, le acusó de dejar al país en una de las mayores crisis económicas de la historia de la posguerra y advirtió sobre nuevos aumentos de impuestos y un debilitamiento del freno de la deuda. Y pidió una política orientada al crecimiento, basada en la motivación y la competitividad.
Tampoco ahorra críticas al gobierno la dirigente de extrema derecha y candidata por la AfD, Alice Weidel, que asegura que el daño causado por el tripartito será una carga para Alemania durante las próximas décadas. Señala el declive de las industrias automotriz y de ingeniería, así como el éxodo de la industria química debido al “aumento vertiginoso de los costes de la energía”. Y dice que los refugiados sirios deben “regresar inmediatamente a casa”.
La coalición semáforo se ha resquebrajado en un momento en que el estado de ánimo de la población en Alemania ya estaba, de por sí, a la baja. Muchas personas se sienten inseguras en medio de la inestabilidad y la crisis.
Crítica situación económica
Alemania atraviesa tiempos realmente convulsos. Sus indicadores económicos llevan años mostrando debilidad y amenazan el Made in Germany, símbolo de la tecnología más puntera y confiable. El país no acaba de adaptar su industria mecánica a la revolución digital y ha perdido competitividad en los últimos quince años. Ha dejado de ser el campeón mundial de las exportaciones y las sanciones contra Rusia le afectan directamente. El gas ruso abastecía de combustible barato a su industria. Es necesario aumentar significativamente la inversión y el poder innovador, pero el freno a la deuda establece un marco financiero estricto para el Estado.
Elementos como impuestos corporativos demasiado altos, el enorme retraso en inversiones en infraestructuras, la recesión, el lento avance de la ampliación de la red eléctrica, el retraso en digitalización o la escasez de trabajadores cualificados muestran la difícil situación que viven la economía y la sociedad alemanas. El aumento de los costes de personal, el encarecimiento de la energía y la excesiva burocracia debilitan también la competitividad de sus empresas.
El mayor y más conocido sector industrial del país, el automovilístico, lucha contra las débiles cifras de ventas y los elevados costes del cambio a la producción de coches eléctricos. Según el director del Instituto Alemán de Investigación Económica, Marcel Fratzscher, los fabricantes alemanes de automóviles tienen que reinventarse “y cambiar y utilizar su fuerza innovadora para implementar más rápido y mejor el cambio a la movilidad eléctrica y la conducción autónoma”.
«Alemania debe reinventarse una vez más para seguir desempeñando un papel clave en un mundo competitivo»
Alemania debe reinventarse una vez más para seguir desempeñando un papel clave en un mundo competitivo. Ha sido superada por algunos competidores. Volkswagen (VW) se está convirtiendo en el símbolo de la debilidad de su economía, con amenazas de huelgas y despidos masivos. Fueron los automóviles y sus componentes los que hicieron del país el campeón exportador mundial durante años. Si esa industria va bien, su fuerza irradia al resto de la economía, a las empresas siderúrgicas y químicas, a los especialistas en electrónica y a los fabricantes de maquinaria. También dependen de ella los empleos de servicios, como concesionarios, talleres, gasolineras y aseguradoras de automóviles. Si se resiente, se ve afectada toda la economía.
Las empresas alemanas están vendiendo productos que ya no están a la vanguardia de la tecnología. En términos de revolución digital, anda perdida. El envejecimiento poblacional también influye en esta crisis estructural, sobre todo en la falta de mano de obra cualificada. El sistema educativo tampoco se ha adaptado a los nuevos tiempos y, en la formación profesional, cuyo modelo ha sido fundamental, aumentan las plazas que no se cubren.
Sin confianza en la economía
La situación económica ya no es digna de confianza. Los costes en Alemania, el de la energía y los laborales, son demasiado elevados para las empresas. Los consumidores también sufren unos precios más altos. Los economistas hablan de la pérdida de liderazgo de Alemania en sectores que siempre dominó. El modelo alemán que dependía de buenas relaciones con Rusia –rotas por la invasión de Ucrania– para la energía barata, de China –antes cliente, ahora competidor– para asegurarse un gran mercado y del paraguas de Estados Unidos para la seguridad –Washington pide más inversión en defensa– ya no funciona.
El crecimiento orientado a la exportación se convierte en una carga en tiempos de debilidad de la actividad mundial, de la incertidumbre geopolítica y de las necesidades de deslocalización. Nunca antes había habido tanta gente trabajando en Alemania (46,1 millones), pero los nuevos empleos ya no son los altamente cualificados y bien remunerados en la industria, sino los peor pagados en el sector de servicios.
El país está sumido en una profunda crisis estructural. La lealtad al freno de la deuda, motivada también por los temores alemanes a la inflación, limita la capacidad del Estado para fomentar el crecimiento económico. El nuevo gobierno deberá concentrarse en el crecimiento sostenible, en mantener a Alemania en una posición destacada en el mundo, en la seguridad interna y en la innovación para conseguir una economía que sea de nuevo competitiva. Según el Deutsche Bank, “la cuestión clave es si el próximo gobierno aceptará una reforma del freno de la deuda y si podrá tener la mayoría de dos tercios necesaria para ello”. Se necesitan grandes inversiones en infraestructura, al menos 600.000 millones al año. Esto hay que financiarlo, y no es posible con el freno de la deuda en su forma actual. La economía ocupa la campaña electoral y será clave para el futuro del gobierno que salga de las urnas.
Robert Habeck, candidato de los Verdes, quiere un nuevo rumbo en la política económica y financiera. “Alemania tiene que reinventarse de nuevo”, dice y se muestra favorable a reformar el freno de la deuda. Scholz tendrá que luchar duro para convencer a los votantes de que le den otra oportunidad. De momento, es Friedrich Merz, el líder conservador, el favorito para ser convertirse en el próximo canciller.
El reto de la extrema derecha
En la historia reciente alemana solo ha habido elecciones anticipadas en tres ocasiones: en 1972, 1983 y 2005. Las últimas marcaron el comienzo de los 16 años de Merkel en el poder. En estas, habrá más votantes de origen inmigrante que nunca. Los cuatro principales candidatos a canciller, Merz, Scholz, Habeck y Weidel, son impopulares entre la mayoría de los alemanes.
Para evitar una campaña electoral sucia la mayoría de los partidos han acordado que ésta sea “justa, respetuosa y transparente”. Pero el pacto no incluye a la AfD, ni a la Alianza Sahra Wagenknecht. El acuerdo tiene como objetivo evitar el odio, la agitación y la desinformación y defiende un debate democrático que ofrezca a los votantes una elección real entre conceptos e ideas. Antes del acuerdo se habían conocido varias campañas de propaganda, espionaje y desinformación por parte de estados autoritarios.
Lo único claro de los resultados de estas elecciones es que la extrema derecha no estará en el próximo gobierno, aunque quedaría como segunda fuerza más votada y gana terreno. Todos los partidos mayoritarios han dicho que no habrá coalición con Alternativa para Alemania. En las elecciones en tres estados del este, en septiembre de 2024, fue el partido más votado en Turingia y el segundo en Sajonia y Brandeburgo, y tampoco está en sus gobiernos.
Habrá debate sobre política migratoria, aunque no desbancará como cuestión central a la economía, en principio. La posible reforma del freno a la deuda y medidas para reactivar la economía, los impuestos, el coste de la energía, el endurecimiento de la política de asilo y controles fronterizos para frenar la inmigración, la posible vuelta a la energía nuclear o el regreso al gas barato ruso, el sistema de pensiones o aliviar la carga fiscal a las empresas son puntos destacables en los programas electorales de los diferentes partidos.
Los líderes de los principales partidos mantienen la prudencia y dejan fuera de la campaña el atentado de diciembre en Magdeburgo. Todavía no están esclarecidos todos los detalles sobre su autor, Taleb Al Abdulmohsen, un médico saudí que irrumpió con su coche en el mercado navideño de esa ciudad y asesinó a seis personas. Su perfil y sus posibles motivaciones no encajan en el patrón de los terroristas islamistas. Pero la ultraderechista AfD sí podría aprovechar, en su campaña contra la inmigración y el islamismo, éste u otros atentados como el de Solingen, en el que murieron apuñaladas tres personas por un terrorista islamista.
Una extrema derecha que ha recibido el respaldo de Elon Musk, propietario de X y confidente de Donald Trump. Musk habla de una Alemania “al borde del colapso económico y cultural” y critica la inmigración, la economía regulada y las energías renovables. La AfD es “la última chispa de esperanza para este país”, solo ella puede salvarlo, asegura. Esta clara injerencia en la política interna de Alemania ha causado indignación. “No recuerdo un caso comparable de intromisión en la campaña electoral de un país amigo en la historia de las democracias occidentales”, ha dicho Friedrich Merz.
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