Amenazar con consecuencias es una estrategia tan antigua como la humanidad. Con suerte, la amenaza funciona para extraer del otro lo deseado. Sin embargo, las iteraciones a las que esas consecuencias pueden llevar no siempre están bien dimensionadas.
La amenaza recurrente de Trump que fue en otro momento justificada por el déficit comercial ahora fue concretada buscando responsables de la emergencia de salud pública ―muy real― que vive Estados Unidos. Un 25% de arancel impactará, sin duda, a los consumidores de ese país pero hará daño a los demás. La magnitud aún está por verse porque dependerá en gran medida de la duración de los mismos. Amenaza, además, de subir los aranceles en caso de que los países afectados implementen medidas en respuesta.
Imponer aranceles del 25% a todos los bienes que Estados Unidos importa resultará en que otros países, incluyendo México, tomen algún tipo de medida retaliatoria diseñada para afectar al productor estadounidense. Sí, quizás al amenazar obtenga algo de lo que está buscando ―límites a la migración o presión en materia de seguridad― pero el daño no será menor. El comunicado de la Casa Blanca estipula que los aranceles estarán ahí hasta que la crisis haya cedido.
México y Canadá, en conjunto, aportan el 29% de lo que Estados Unidos compra al exterior. La economía de los socios de América del Norte ―Canadá y México― está fuertemente vinculada con el comercio. Solo en México, la industria exportadora representa un 30% del PIB y el comercio en su totalidad más del 70%.
La de Estados Unidos ―simplemente por su tamaño― es menos abierta que las otras dos. La imposición de un arancel general del 25% a todos los bienes que México y Canadá importan a Estados Unidos ―y del 10% al petróleo en el caso canadiense― repercutirá, sin duda, tanto en el consumidor estadounidense como en el desempeño de ambas economías. El grueso de las importaciones que Estados Unidos hace de Canadá es petrolero, pero también le compra automóviles, partes automotrices y productos agropecuarios.
México vende a Estados Unidos coches, camiones, autopartes, electrodomésticos, pantallas planas, computadoras, berries, aguacates, cítricos. La lista es inmensa. Un arancel del 25% repercutirá desde luego en el precio de esos bienes, pero si el impacto ―como se ha dicho hasta el cansancio― recae primordialmente sobre el consumidor estadounidense, ¿por qué se opta por ese camino? Si el propósito es más infligir daño al vecino y socio, ¿cómo se logra? ¿dónde está la presión y por qué funciona?
La sola amenaza de un arancel genera incertidumbre. Además, con frecuencia parece que lo olvidamos, el juego no es simétrico. El tamaño de la economía, el acceso a otros mercados, la existencia de bienes sustitutos tienen siempre un papel. La incertidumbre frena la inversión, detiene el crecimiento de mercados; puede, incluso, pausar operaciones en ciertos sectores causando pérdida de empleo. Una empresa, por ejemplo, en el Bajío o norte de México, enfoca gran parte de su producción al mercado estadounidense, al ser los bienes producidos sujetos de un arancel, podrá ser sustituida por otra empresa de otro país o del mismo país que pone el impuesto o por otra de un lugar que tenga mayores beneficios comerciales. El arancel presiona los costos y en consecuencia, se buscarán opciones más competitivas.
El arancel causa daño, pero la incertidumbre sobre su duración también lo hace. Cuando el argumento viene a través de la seguridad nacional, hay pocos contraargumentos. En el corto plazo, podrá proteger a la industria de la competencia y obtener concesiones de la economía, pero la inversión, la creación de empleos y sobre todo la innovación se frenan. A veces olvidamos que los trabajadores y los consumidores son, en el agregado, los mismos. Se protegen algunos empleos, pero otros nunca se crearán. El consumidor tendrá menos opciones y precios más altos. El juego acaba de cambiar.
La economía mexicana crecería poco este año, apenas un 1% de acuerdo con las encuestas, pero con una imposición de aranceles del 25% ese crecimiento podría ser extremadamente optimista. Los últimos tres meses del año pasado, la producción del país se contrajo. Ese primer trimestre anunció ya una recesión. Los aranceles la harán más profunda.
¿Servirá la amenaza de los aranceles para frenar el tráfico de fentanilo? ¿De migrantes? ¿Mejorará la seguridad en México? ¿Hará a la economía de Estados Unidos más fuerte y más resiliente? Es poco probable. Lo que es más probable es que las dinámicas de los países integrados se detengan y se reviertan años de avances. Los consumidores, como siempre, pagarán los costos.
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