Sinopsis de esta película: en pleno apogeo del hormigón como base de la revolución constructiva del pasado siglo, un grupo de arquitectos de todo el mundo indaga en sus posibilidades como elemento vertebrador de un nuevo estilo, que carece de nombre. Espoiler: será bautizado como … brutalista, alcanzará el reconocimiento a nivel global pasado el tiempo (aunque nunca le faltarán críticos) y alcanzará esta centuria entronizado como un código ciudadano que, más allá del lenguaje arquitectónico, explore incluso cómo percutir en la conciencia social. Un estilo que acaba siendo norma en las ciudades de Occidente, que dejó su huella en Valencia y que ahora conoce la enésimo resurrección, nacido del cine. El éxito de la película ‘The brutalist’ inspira las líneas que siguen: un paseo por la Valencia más brutal. La más brutalista.
Como guía de nuestro itinerario ejercerá una reconocida maestra en el brutalismo, la arquitecta (y estupenda divulgadora) Merche Navarro. Es autora de una recomendable web (muy apropiadamente llamada ‘Brutalmente Valencià’) y una voz de enorme autoridad para describir el impacto que sobre nosotros genera la contemplación de alguno de los iconos que este estilo nos legó. Por ejemplo, los cinco casos que ilustran estas líneas: el Espai Verd, el edificio Moroder obra de Miguel Fisac, el Colegio Guadalaviar, la cooperativa de viviendas Santa María Micaela o la antigua Facultad de Derecho, esa joya que Fernando Moreno Barberá plantó en la avenida Blasco Ibáñez.
Un quinteto de obras de acusada raíz brutalista que conviven con otras hermanas del mismo estilo diseminadas por Valencia y que viven una suerte de revival, incrementado por el apogeo de la película protagonizada por Adrien Brody: el actor se mete en la piel de un supuesto arquitecto huido del terror nazi a quien el encuentro con un millonario norteamericano le cambia la vida: su padrinazgo le permitirá edificar la clase de construcciones que imagina una mente en constante ebullición, que en algo se parece al método de trabajo de los arquitectos (de verdad) que dejaron su huella entre nosotros. Navarro cree que, en efecto, «Valencia tiene varios ejemplos de alta calidad de este estilo, desde los años 50 cuando surge el movimiento hasta casi nuestros días». Y añade: «Es un estilo que hacía que los edificios, al no emplear revestimientos ni elementos superfluos, podían resultar más económicos en una ciudad de posguerra como cuando arranca este estilo».
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La experta menciona, además de los casos citados, otros ejemplos de arquitectura brutalista valenciana «más contemporáneos», como el edificio Rambleta de Gradolí Sanz o el Teatro Micalet de Eduardo de Miguel, «que si bien no tuvieron los mismos condicionantes que los edificios de la época propiamente brutalista sí que beben de su honestidad y rotundidad en las formas». Disponen además de otros elementos comunes con los pioneros de este lenguaje, como un análogo tratamiento de la luz y también su apuesta por contar «con espacios sobrecogedores»: natural que todos ellos llamaran su atención cuando, como ella misma recuerda, ya siendo estudiante de Arquitectura iba analizando los edificios de su ciudad: «Me interesaba cómo estaban hechos, cómo respondían a la luz, cómo se relacionaban con su entorno, cómo trataban a sus usuarios y poco a poco me di cuenta que la mayoría de los edificios que me encantan estaban bajo el paraguas de este estilo».
Fue entonces cuando se alistó plenamente en la reivindicación del brutalismo a la valenciana, («No se me ocurrió mejor etiqueta que la englobara a toda que #brutalmentvalencià», señala), según su propia versión de este estilo sencillo y complejo a la vez. «Es muy sensorial», argumenta, «tanto porque los materiales se expresan mediante su textura (y llaman a ser tocados) como por los espacios que se generan, por su relación con la luz y por su relación honesta con el usuario». Esa dificultad para fijar con precisión los mandamientos del brutalismo, como no se le escapa a Navarro, ha derivado en estos años de mayor atención popular hacia esta corriente arquitectónica en algún malentendido: como si todo edificio con una cierta carga de hormigón, por decirlo crudamente, se asociara con el brutalismo. La arquitecta apunta al respecto, para resaltar el sello diferencial de este estilo tan seductor, que «una de sus características es cómo trata los materiales en su construcción». Es decir, para saber si estamos o no ante un edificio brutalista conviene guiarse por identificar si sus autores recurren no sólo al hormigón en crudo sino también a elementos como ladrillos o paneles prefabricados.
« La honestidad en el tratamiento de los materiales también se transfiere a cómo se muestra la estructura en ellos o cómo la función determina la forma del edificio», advierte, aunque acepta que «por supuesto» el recurso al hormigonado es clave para entender cómo los mejores arquitectos interpretan a su manera el brutalismo. «En gran parte de los edificios brutalistas hay que destacar cómo la dualidad del hormigón que se vierte en obra como un fluido y se solidifica calcando el molde que lo contiene durante el secado permite conseguir texturas como la de la madera en el hormigón». Una maestría en el uso de los materiales que, a su juicio, se hermana con la idea del arquitecto como artesano y se refleja en otros ejemplos de edificios repartidos por Valencia que destaca en su web.
Es el caso de la Parroquia Jesús Maestro de Molezún o del edificio de la antigua Terminal a pie de puerto, hoy en trance de reconversión. También incluye en su listado de edificios obras convertidas en referencias ciudadanas, como el Palau de la Música de García de Paredes, y extiende sus recomendaciones más allá de la capital de la Comunitat: es el caso de la gasolinera que Juan de Haro alzó en Oliva o la parroquia de San Nicolás en el Grao de Gandia, obra de los ingenieros Gonzalo Echegaray, Eduardo Torroja y Jaime Nadal.
Son tres muestras de las miles que hablan de cómo el brutalismo se hizo carne hormigonada y habitó entre nosotros. Una religión arquitectónica que gana adeptos cada día y que conoce ahora un impulso adicional de la mano del cine. ¿Se arriesga el brutalismo a morir de éxito? Merche Navarro más bien lo descarta. Sostiene que su extensión a nivel masivo en la arquitectura se complica por cuestiones de ahorro constructivo pero también se felicita de que prime este reciente interés por el brutalismo: en su opinión, encarna el triunfo de un renovado gusto «por lo sincero».
Un parecer que sirve como orientación por la ruta que forman los cinco siguientes edificios.
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Antigua Facultad de Derecho
«El edificio de la Facultad de Ciencias de la educación (antigua Facultad de Derecho) es uno de mis edificios preferidos de la ciudad», señala la experta en arquitectura brutalista. «Aquí Moreno Barberá trabaja el hormigón como un elemento que exprime en todas sus expresiones para sacarle el máximo partido», observa. Y añade: «Lo que más me encanta de este proyecto es cómo se relaciona cada una de sus fachadas con la ciudad, desde la principal que retranquear el cuerpo de los despachos de los profesiones para ofrecer un jardín a la ciudad, como en la lateral, que genera un pequeño jardín que hace más amable transitar a su lado y también en la trasera, donde se permite un juego de mostrar y esconder el edificio que se encuentra detrás».
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Colegio Guadalaviar
«El arquitecto García Ordoñez realiza su primer proyecto en la ciudad de Valencia, una ciudad que acaba de vivir una riada que la cambiará para siempre y en el que introduce este estilo novedoso», recuerda Navarro, quien destaca «el ladrillo con elemento compositivo de la fachada en combinación con los paneles prefabricados de hormigón, los parasoles de hormigón, más los espacios ajardinados en el corazón de un colegio que se vuelca al interior y que juega con las diferentes alturas en la cota cero para generar compresión en el espacio exterior». «Un concepto novedoso no sólo en la arquitectura sino en cómo se desarrollara la escolarización de sus usuarios», resalta.
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Espai Verd
La cooperativa de viviendas Espai Verd es un proyecto de la cooperativa de arquitectos CSPT Arquitectos, capitaneados por Antonio Cortés. «Es un paraíso verde de hormigón con las comodidades de la ciudad y desde el que sus habitantes huelen la huerta». Para la experta arquitecta, «es todo un lujo disfrutar de este proyecto tan innovador y llevado a cabo con tanto cariño en todos sus aspectos».
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Edificio Moroder
La obra que dejó entre nosotros el prestigioso arquitecto madrileño Miguel Fisac es un ejemplo de arquitectura brutalista datada en el tiempo «en que se encontraba maravillado por la cultura japonesa y la relación interior-exterior acotada inspirada en Mies Van der Rohe». «Proyecta un edificio que es un regalo a la ciudad y que guarda una relación con otra de las joyas de la arquitectura contemporánea valenciana, la facultad de derecho de Moreno Barberá», afirma Merche Navarro.
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Santa María Micaela
Según Merche Navarro, la cooperativa de viviendas Santa Maria Micaela, un proyecto del arquitecto Santiago Artal, es el edificio que más se acerca a los proyectos de viviendas de Le Corbusier que podemos ver en la Comunitat. «Un oasis en mitad de la ciudad donde la relación con el agua y la luz hace que sean unas viviendas en las que te sientes como en casa desde que atraviesas el umbral de acceso al edificio», opina.
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