El presidente Donald Trump ha iniciado su segunda administración, no sólo por la voluntad del pueblo norteamericano expresada en las urnas de manera contundente, sino también amparado en una victoria que le ha concedido mayoría tanto en la Cámara de Representantes, como el Senado. Trump fue favorecido por el voto popular, no siendo un político formado en el ejercicio de la administración federal o con trayectoría política en el Capitolio; por el contrario es un magnate forjado en el sector privado que, en mi concepto, ha sabido interpretar políticamente las grandes aspiraciones de un amplio sector del electorado norteamericano residente en las ciudades intermedias y pequeñas de un país diverso y heterogéneo.
Donald Trump no expresa la voz de los ciudadanos de las grandes urbes, que tienen un estilo de vida cosmopolita y ostentan un grado universitario. El partido Demócrata, hoy ya no representa a los trabajadores de la industria, ni a los sindicatos, ni a los agricultores, como ocurrió en el pasado. Los electores afroamericanos o de origen hispano hoy no comparten los valores resumidos en la Agenda 2030 de Naciones Unidas y en la prédica de un wokismo desbocado; por el contrario, han respaldado las propuestas de un candidato locuaz que ha resumido su mensaje en lo que podría llamarse «el sentido común».
Donald Trump con habilidades comunicacionales y políticas, virtualmente obligó a la alta dirigencia del partido Demócrata a prescindir del presidente Biden como candidato. La aclamación de Kamala Harris en la Convención Demócrata resultó un recurso extremo, semanas después de que Donald Trump fuera víctima de un atentado criminal. La millonaria campaña de la vicepresidenta Harris, no pudo revertir una campaña, que en mi concepto de manera poco transparente, los grandes medios y encuestadoras trataron de mostrar hasta la vísperas de las elecciones, como una elección «muy reñida».
Los resultados del 5 de noviembre fueron elocuentes. La derrota del partido Demócrata, representó un duro revés para el progresismo internacional, para la cultura woke y su agenda que levantan como banderas los derechos reproductivos de la mujer, los derechos de las minorías LGTBQ+ y medidas contrarias a la familia y los valores tradicionales.
Estados Unidos es la primera economía del mundo, en un escenario internacional marcado por una revolución tecnológica sin precedentes que ha acortado distancias y multiplicado el peso del comercio mundial. Superada la Guerra Fría, constituída la Unión Europea y con el desarrollo de las fuerzas del capitalismo en Asia, la India y la República Popular China, es claro que la pobreza se ha reducido sustantivamente en los últimos treinta años, en numerosos países del orbe.
Naciones Unidas y los organismos internacionales han tratado de influenciar en las sociedades y gobiernos del mundo, sugiriendo o imponiendo políticas que en muchos casos vulneran la soberanía de los Estados. La pandemia de covid demostró la nefasta intromisión cumplida por la Organización Mundial de la Salud, liderada por políticos y no precisamente por científicos o profesionales de la salud.
El discurso del presidente Trump pronunciado luego de su juramentación, merece ser analizado desde varias perspectivas. La nueva administración norteamericana no está dispuesta a financiar organismos internacionales con elevados presupuestos y frondosas burocracias, más aún si sus funcionarios cumplen un papel al servicio de una agenda globalista con oscuros intereses. Un neomarxismo cultural, con aires de superioridad académica y de valores que no aceptan discrepancia alguna, pretenden marcar la política internacional.
El mundo de la cooperación internacional, solventado por agencias norteamericanas, sienten con cierto pánico que tendrán que reducir sus presupuestos y pretensiones en los lugares donde operan. Las oenegés residentes en el Perú, no ven con simpatía la administración Trump. Desde el mundo caviar, acostumbrado al financiamiento internacional, existen voces de alarma. Los medios de comunicación sin financiamiento público y con escasos recursos de la cooperación internacional, tendrán que sobrevivir con menores recursos procedentes de Estados Unidos.
En una democracia con pesos y contrapesos políticos, con elecciones parlamentarias cada dos años, no existen riesgos de caer en formas de autoritarismo. El gobierno de Trump libra una batalla cultural sin lugar a dudas. Desde la oposición a su gobierno, se habla de la cercanía de Elon Musk y de un grupo de multimillonarios en su entorno político, como un indicio de que la democracia norteamericana está en riesgo.
Considero que no se puede dejar de reconocer la vigencia del imperialismo, bajo nuevas formas y mecanismos. El imperialismo, como lo sostuvo Víctor Raúl Haya de la Torre constituyó en América Latina, la primera fase de un capitalismo emergente en nuestra región a inicios del siglo XX.
El gobierno de Trump ha dictado en sus primeros días, medidas ejecutivas aplicables en la frontera sur que comparte con México. Donald Trump ha invocado razones de seguridad nacional, decretando medidas extremas contra los cárteles de la droga y organizaciones criminales, como el «tren de Aragua» que acecha la seguridad interna en las principales ciudades del país. Revertir la política migratoria de Joe Biden, parece un imperativo desde la óptica del nuevo gobierno. Detrás de los flujos migratorios, no sólo existen personas ávidas de mejores oportunidades laborales, sino que no puede obviarse que actúan organizaciones que trafican de manera inhumana con migrantes de todas las edades. El que millares de ciudadanos con sus familias incluso abandonen su país de origen, acredita como sobre todo en Cuba, Nicaragua y Venezuela donde imperan dictaduras, es imposible forjarse un futuro de esperanza.
Los dictadores Nicolás Maduro, Díaz Canel y Daniel Ortega deben ser confrontados por sus pueblos. Desde el Departamento de Estado, bajo el liderazgo de Marco Rubio, se espera una política hemisférica que no ceda ante la demagogía y las mentiras de tiranos como Nicolás Maduro, como ocurrió bajo la administración Biden que llegó a impulsar los fallidos «Acuerdos de Barbados» y en su momento levantó algunas de las sanciones económicas impuestas al gobierno de Caracas. Si Venezuela no se democratiza, de hecho se producirá una nueva «ola migratoria» que tal vez supere en número a la ocurrida en los últimos años, aumentando aún más la seguridad regional.
La migración, la nueva política arancelaria de la administración Trump frente a sus socios comerciales, Canadá y México deben ser analizadas con detalle. A ello se suma la pretendida reindustrialización de Estados Unidos y la política comercial frente a China, sin olvidar el financiamiento de la OTAN y el papel que Estados Unidos debe cumplir en el Medio Oriente.
El llamado «efecto Trump» se ha hecho evidente antes del 20 de enero. La renuncia de Justin Trudeau en Canadá, la liberación de rehenes israelíes cautivos del grupo terrorista Hamas y la puesta en libertad de palestinos por parte del gobierno de Israel, son solo algunas de las señales observadas en los últimos días.
Sus afirmaciones respecto a Groenlandia o el Canal de Panamá, no pueden soslayarse. Más allá de todo, existe la impresión que Donald Trump está lejos de alentar guerras internacionales y el aumento del gasto militar financiando sin límites a la OTAN. Sus críticas a la manera cómo la OMS y la industria farmacéutica afrontó la pandemia en el 2020 no pueden dejarse de lado. El fin de la invasión de Rusia a Ucrania, genera interrogantes.
Por su parte América Latina debe luchar por afirmar su libertad e integración, aceptando la valía de promover un antiimperialismo constructivo en un escenario internacional cambiante.
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