Lejos de estar desconectados, estas preocupaciones creativas se mueven por un mismo albero, el mismo cable de tensión: la vida y la muerte. «Los temas de siempre, el único que hay en el fondo», subraya con resignación.
Para Barceló, el coso, donde el torero lidia, con su zona de sombra y luz, y el capote como expresivo símbolo de paso de un lado a otro de la existencia, es una metáfora evidente de esta pugna, al igual que ocurre con sus visiones submarinas, esos océanos de peces (que él llama acuarios) de coloridos imposibles, donde los alevines se articulan en una cadena vital con los grandes y que ya están en su decaimiento.
Dónde comienza un cuadro
Barceló reconoce que es un artista intuitivo, muy inconsciente, «yo no planeo todo, como hacen otros compañeros», que se deja llevar. A través de estas piezas, si se presta atención, puede observarse su proceso creativo, que tiene algo de aleatorio, casi de impredecible, lo que más que restar, añade fuerza a sus telas. «Este cuadro no siempre fue una plaza de toros como vemos aquí. Empezó siendo otra cosa diferente. Si te fijas, es como el disco de un sol. De ahí, cambió y se convirtió en lo que es ahora».
Lo mismo ocurre con una naturaleza muerta, un bodegón que refleja dos ramos de flores con dos calaveras. «En realidad, comenzó siendo una marina, un mar bravo, pero ha acabado siendo esto. En pintura, una cosa se puede transformar rápidamente en otra que no se había pensado». Barceló, con unos pantalones de pana fina y un polar, con su pelo revuelto, que forma parte de su identidad visual, su compleja sencillez, su tímida naturalidad, se acerca a uno de los cuadros. Es una plaza de toros. Con el dedo señala unas gotas de color blanco y un fondo azul que, curiosamente, pasa desapercibido con la escena principal. «¿Lo ves? Antes era otra imagen, pero ya no me acuerdo qué es…».
El pintor reconoce que mantiene con el arte una relación pugilística. Un plato lo convirtió en la máscara de un pez cuando comenzó a golpearla con los nudillos. En una pintura se puede reconocer la huella de sus botas, porque pintaba, literalmente, desde dentro del óleo. «Es cierto, yo tengo una relación muy física con el arte, con todo lo que hago. Para mí, escultura, acuarela y pintura son lo mismo. Con la arcilla mantengo una tensión entre puñetazos y caricias», comenta sonriendo.
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