El Premio Adonáis, un certamen destinado a poetas menores de 35 años, elige cada invierno un libro ganador, un primer accésit y un segundo accésit de entre los numerosos manuscritos que se presentan en cada convocatoria. La trayectoria de este galardón es extensa, se inició en 1943 y continúa hasta nuestros días. En 2016 tuve la suerte de obtener el primer accésit con un poemario titulado El recelo del agua. Además de la alegría, me creció la curiosidad. ¿Quiénes habían quedado en ese mismo lugar antes que yo? ¿quiénes me habían antecedido y se convertían, por tanto, en mi genealogía literaria? Indagué, me fijé especialmente en las mujeres –es hermoso buscarse en las otras– y encontré: Raquel Lanseros, Aurora Luque, Rosana Acquaroni, Paloma Palao, Pino Ojeda, Concha Zardoya, entre otras. Me detuve en 1955, ese año Ángel González ganó el segundo accésit y Maria Beneyto, el primero.
Maria Beneyto… cuantísimo me sonaba ese nombre y, sin embargo, apenas creía haber leído algún poema suelto suyo. Nadie me había hablado de ella en el colegio, ni en el instituto, ni mucho menos en la universidad, a pesar de haber estudiado Filología en València.
Acudí a la biblioteca y me puse a investigar. Las fotografías fueron lo primero en llamarme la atención: aparecía junto a Blas de Otero, Vicente Aleixandre o Francisco Brines, pero también junto a Xavier Casp, Vicent Andrés Estellés y Manuel Sanchis Guarner.
Con respecto a las compilaciones en las que se habían incluido sus versos, resultaba realmente llamativo que, en un periodo de tiempo breve, Carmen Conde la incluyera en su Poesía femenina española viviente y Joan Fuster lo hiciera en la Antologia de la poesia valenciana (1900 –1950).
Al revisar su prolífica producción poética, comprobé que los títulos y premios en castellano –Criatura múltiple (1954), Premio Valencia de Poesía; o Tierra viva (1955), Accésit Premio Adonáis– convivían con títulos y premios en valenciano –Ratlles a l’aire (1956), Premi Ciutat de Barcelona; o Vidre ferit de sang (1977), Premi Ausiàs March–.
Además, no solo se había dedicado a la lírica, su voluntad de escritura se había desplegado también en la narrativa, en la que volvían a emerger las dos lenguas, tal y como demuestran El río viene crecido (1960) –leer este título después de lo ocurrido el pasado 29 de octubre nos pone los pelos de punta– o La dona forta (1967), por citar solo dos.
Insisto en que nadie me había hablado de ella en la asignatura de “Lengua y literatura castellana” ni en la de “Llengua i literatura valenciana”, ninguno de los profesores que tuve en las diferentes etapas la citó nunca, no me recomendaron su lectura en ninguno de los muchos talleres y cursos de poesía a los que asistí. Maria Beneyto era una anomalía, no calzaba completamente en ninguna horma, el uso de las dos lenguas durante toda su trayectoria la convirtió en incómoda para algunos posicionamientos, se quedó fuera. Profundizar en sus decisiones y en sus textos me produjo una fascinación que todavía perdura. Recorrer su obra me proporciona el alivio cálido de entender que la literatura no está formada por bloques monolingües inamovibles e incomunicados. Por eso, me alegra tantísimo que la Acadèmia Valenciana de la Llengua haya nombrado a Maria Beneyto escriptora de l’any 2025. Tenemos doce meses por delante para descubrirla sin prejuicios, para disfrutar de la música honda de su poesía y dialogar con sus novelas. Qué suerte.
Que se abran de par en par las puertas de l’any Maria Beneyto.
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