Los sueños de hormigón de un arquitecto judío emigrado a Estados Unidos han sido la inspiración del director Brady Corbet para rodar esta «manifestación física del drama del siglo XX», como él mismo ha calificado a su película.
En este alegato, que cuestiona el proclamado ‘sueño americano’, el filme resalta la psicología de la arquitectura y de la posguerra. Habla sobre un personaje que huye del fascismo para toparse con el capitalismo. ¿Les suena de algo esta actualidad en EEUU?
The Brutalist es una cinta monumental no solo por su duración, más de tres horas y media, sino también por los temas que aborda y por un estilo narrativo que atrapa al público.
Ambientada en los años 40, la película tiene por protagonista a Laszlo Toth, un arquitecto que nunca existió pero que encarna la relación entre el arte y el mundo de los negocios. Toth (un magistral Adrien Brody que suena a Oscar), inmigrante húngaro que llega a Estados Unidos para huir de los nazis y de la II Guerra Mundial, es un arquitecto educado en el estilo de la Bauhaus, reconocido por su obra en Europa. En su nueva vida norteamericana no es nada. Pero cuando un adinerado empresario la encarga la construcción de un centro social en Pensilvania, Toth desplegará una idea, una visión, una ambición, una manera de ver la grandeza. No le resultará nada fácil sacarla adelante.
The Brutalist es un filme con emoción, alma, bello y una de las películas más redondas y rotundas del año. Pertenece a un tipo de cine con ideas, profundo y excepcional. Una de esas películas que apabullan por sus numerosas temáticas y por su puesta en escena, donde la arquitectura no es solo la simple excusa para que sea admirada, sino también sobre la que se construye el filme.
Es un homenaje -rodado en 70 mm, el formato de la época sobre la que habla- a todos los genios que no pudieron culminar su obra, como Loui Kahn, Marcel Breuer o Paul Rudolph.
Pero The Brutalist ha sabido beber de otros clásicos, como El manantial (1949), de King Vidor; Metrópolis (1927), de Fritz Lang; Playtime (1967), de Jacques Tati; High Rise (Rascacielos) (2016), de Ben Wheatley; o de la fallida Megalópolis (2024), de Francis Ford Coppola.
En su discurso impecable, Brady Corbet le da un auténtico sopapo en la cara al ‘sueño americano’ en esta epopeya tragicómica pero también devastadora. Un filme majestuoso que pasará a convertirse en un clásico. Una catedral cinematográfica.
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