El bar Zela estaba semivacío. En los asientos no se lograba ver algún espíritu o escuchar alguna voz. Pensé: “Pareciera que la literatura en el Perú ha muerto”. Por los exteriores de plazas, parques y comedores universitarios, es poco probable ver personas disfrutando de un libro.
Me di cuenta, por otro lado, de que en las redes sociales triunfa lo negativo. No existe lugar para la literatura, una de las más bellas expresiones del arte. En el panorama actual, las portadas de los periódicos y el ‘feed’ de las redes arrojan un resultado catastrófico: corrupción, muertes, extorsiones e inseguridad ciudadana.
El asunto anterior alberga, furtivamente, millones de historias por narrar. Si los nuevos autores se lo proponen, lograrían escribir importantes novelas basadas en el Perú actual. Por lo que solamente bastaría con recurrir a los hechos reales para desarrollar narrativas conmovedoras.
Desgraciadamente, soñar con ser escritor en el Perú es un suicidio. En el pasado, César Vallejo, Mario Vargas Llosa y una lista sin final decidieron abandonar el país y buscar el sueño europeo, para lograr publicar sus obras en una gran editorial. ¿Acaso la situación aún no ha cambiado? Parece que sí.
He tenido la oportunidad de conocer a personas que, impetuosas, desean publicar un libro. La crisis actual podría motivarlos a escribir o impulsarlos al abandono de sus sueños. Es una ruleta rusa. Podría haber continuado reflexionando por horas, pero una voz interrumpió mis pensamientos. Me di cuenta de que estaba mirando la mesa, estúpidamente. Decidí no levantar la mirada. “¿Otro chilcano más?”, preguntó una voz femenina. No respondí.
*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.
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